Algo más que palabras
En estos tiempos en los que todo el mundo habla de la pobreza, aunque multiplique sus deseos, sabiendo que reproduce crímenes por doquier, muy poco a nada se hace por dignificar toda vida humana. Sin embargo, se acrecientan las convocatorias de reuniones, de aquí y de allá. Sería bueno que, por una vez, escuchásemos a los que en la penuria habitan y a los que no se les suele convocar. El día que a los pobres se les escuche y, verdaderamente sean los auténticos protagonistas del circuito económico, habremos dado un paso importante. Difícilmente podemos solucionar nada sin oír al enfermo. De momento, sólo se habla del acoso de los mercados, de la fragmentación financiera, de la fuga de capitales, que sí, que está muy bien, pero es preciso otro espíritu más desprendido, menos egoísta, tengamos en cuenta que la avaricia y la paz no se entienden, se llevan de mal en peor.
La clave de esto está en dar migajas, ni subvenciones, sino en ofrecer un trabajo decente para todos. La vida laboral es lo que realmente nos realiza y lo único que puede garantizarnos una autonomía completa. Ahí está la llave, en el pleno empleo y en la formación para ese empleo que, por si mismo, es vida. Ahora bien, hay que hacer un diagnóstico serio y real de la situación en el planeta; puesto que, con la globalización, lo de todos nos afecta a todos. Para empezar, no está únicamente en la zona euro el principal foco de abusos y marginalidad, se extiende también a otros economías mundiales (EEUU, China, Japón…), que son incapaces de resolver sus retos actuales, provocando de este modo una recesión generalizada y una sensación general de incertidumbre mundial, donde nadie conoce a nadie.
Precisamente, el tema del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza de 2012 (17 de octubre), nos llama a reflexionar para poner fin a esta escasez extrema y de hambre que abunda, cada día más, en todos los países. Esta jornada tenemos la oportunidad de poner el oído en el esfuerzo de los pobres, en su lucha por salir de la pobreza, en nuestra ayuda por socorrerles. ¡Qué hablen los pobres sin miedo!. La sociedad no puede sentirse bien cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados. La factura de los pobres sigue creciendo. Los ricos hacen la guerra y los pobres son los que mueren. Los ricos se inventan la crisis, en parte por su avaricia, y los pobres son los que la padecen. Desde luego, falta justicia y sobran palabras.
Sí, sí… Sobran las palabras que aconsejan austeridad a los que nada tienen que llevarse a la boca, es como persuadir que coma menos al que se está muriendo de hambre. Y falta justicia en aquellos que lo acaparan todo para sí. No es una situación novelada, está ocurriendo, por eso es el momento de avanzar hacia un mundo sin pobreza, poniendo al descubierto a los artífices de los derroches, a los forjadores de un círculo vicioso de deudas, a los autores de los robos a los pobres. Ya lo decía Gandhi en su tiempo, «todo lo que se come sin necesidad se roba al estómago de los pobres», y es que la ley, en su grandiosa imparcialidad, prohíbe, tanto al rico como al pobre, sustraer el pan de otros como mendigar por las calles.
Sin duda, el lastre de la pobreza es tan fuerte, que se acrecientan las desigualdades. El debate no es el dinero, sino el uso que se hace del capital, la manera de gastarlo, en definitiva, la moral que se utiliza con ese patrimonio. Y en todo caso, no hay otra forma de salir del pozo que asegurando un trabajo decente y productivo para todos. Con ese empleo fortalecido, complementado con los sistemas de protección social, uno también debe saber vivir con las monedas que tiene. Comprenderán, pues, lo importante que es el acceso a la educación, sobre todo para poder discernir y templar el alma ante las dificultades que nos presenta la vida. Sin educación, apenas vamos a poder desarrollar el espíritu de la ciudadanía honesta. Indudablemente, un buen ciudadano es lo que hace falta para sanear este mundo, al que todos quieren gobernar y muy pocos servir, muchas veces para su divertimento y otras para su negocio.
Otra realidad más, es que se ha convertido al ser humano en una mercancía. Pienso, por tanto, que ha llegado el momento de escuchar con más atención a los vulnerables y asegurar que el mundo cumpla lo prometido, fijándose más en el sentido humano y menos en el sentido de producción. Realmente, cuando se contradicen el orden de valores resulta muy complicado huir de este pensamiento materialista y/o economicista, para poder ser capaces de proporcionar un respiro a millones de personas que viven hoy en condiciones de vergonzosa e indigna miseria.
Obviamente, cada ciudadano debería tener la oportunidad de poder prosperar, partiendo de un mínimo vital, que toda persona debería tener asignada, porque la cuestión es que en este planeta hay muchos pobres que apenas tienen lo indispensable para vivir, pero es que hay otros que no tienen ni siquiera lo indispensable, y se mueren en el intento de levantar cabeza. Les hemos despojado de todo de por vida. ¿Qué humanidad es esta que no sabe ayudar a vivir a los de su misma especie? Es cierto que no siempre depende de nosotros ser pobres, pero siempre pende de cada uno de nosotros hacernos respetar en nuestra pobreza. Y la consideración hacia esa indigencia, merece la misma dignidad que la de cualquier rico, aunque siga sin estar prevista dicha igualdad, en el plan de globalización, donde nadie parece servir con diligencia.
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#opinión: El lastre de la pobreza. por: Víctor Corcoba Herrero
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