El próximo siete de octubre, como está oficialmente proclamado, se elegirá Presidente de la Republica, en acto comicial soberano, trascendental e histórico, que representa por su alcance y significación, el máximo pronunciamiento político de nuestros anales jurídicos, que enfatiza la soberanía del voto.
Desde los albores mismos del sistema republicano, tanto la participación política de los ciudadanos, como el supremo ejercicio del voto, revisten, por excelencia, acto de soberana expresión de la voluntad popular que adquiere su máxima relevancia pública por estar revestidos, con el carácter especial de su naturaleza civil irrevocable.
Como carácter sustantivo, la categoría civil, que data, desde la misma época de la constitución del Estado. Tal como es, en efecto, por su definición conceptual: El Estado Venezolano, con los atributos jurídicos-políticos de esa entidad, surge como un proceso y una obra de creación colectiva, del pensamiento y de la mente de los hombres civiles, que recibieron un mandato del pueblo y haciendo cabal ejercicio del principio de soberanía inalienable, lo transfirieron a sus legítimos representantes, en conformidad de los atributos de un poder libre y soberano.
I ese carácter civil, que predomina en la institucionalidad democrática del país, en su totalidad, trasciende al proceso y hecho concreto de la elección presidencial. Aplicado desde el tiempo transcurrido, cubre todo el proceso de la elección del doctor Vargas, primer Presidente civil, al inicio del periodo republicano. De aquí que los dirigentes, principios y normas, que presentaron y apoyaron esa primicial candidatura, para implantar un régimen civil, vigoroso y activo, por su sentido de moralidad y justicia, hicieron clara reafirmación de estos principios, como prenda del mandato que entraban a desempeñar: “No son los hombres sino los principios que deben imperar en Venezuela, pues, únicamente, la observancia de las leyes, a favor de las instituciones y del bien común, consolidan la firmeza ética, el prestigio civil y la felicidad publica de la nación”.
Se establece y pone de manifiesto con esta bien fundamentada declaración de principios, que el régimen civil, es el único más compatible y capaz, para regir en una Republica, como institución suprema donde el gobernante no sea déspota, ni el ciudadano súbdito.
Para este siete de octubre, el pueblo asume el mandato inexcusable de elegir, por voto libre, universal y secreto, un nuevo Presidente de la Republica, como máxima autoridad pública. Esta elección se hace bajo circunstancias especiales de idiosincrasia, de geopolítica y de un predominante destino nacional, donde uno de los aspirantes con desdeñable atuendo continuista, aspira repetir en el soleo presidencial, después de 14 años de arbitrariedad y despotismo, sin rigor ni abstinencia. Estos hechos previenen un carácter histórico a la elección y la más inteligente acertada escogencia de intachable sucesor.
Para acatar a cabalidad esta inexcusable cita cívica y democrática, la primera obligación es emitir el voto y tras este compromiso inaplazable, desdeñar de nuestro medio la abstención como inaceptable ilícito electoral. Que este acto del sufragio sea iniciativa para elevar la Republica como máxima atalaya y jerarquía de nuestra institucionalidad democrática y prenda de un régimen que adquiere su legitimidad en la fuente cívica y democrática del voto, como libre expresión de la soberana voluntad popular.
Con posibilidades de alcanzar la palma del triunfo, en este debate comicial dos abanderados, intervienen en este debate cívico para lograr la victoria. Para esto, la tradición cívica del pueblo es acto de entrañable ancestro civil, de donde nace ese largo arraigo de cultura cívica y democrática que forman nuestros anales y son prez y blasón de nuestra democracia, único sistema político susceptible de absoluta libertad.
De este histórico debate, deben quedar excluidos los expedientes de la violencia. Como lo pedía con vehemencia el Libertador: “Dios premia el triunfo con la constancia” Advertencia de singular augurio, que solo supera este vibrante clarín de La Victoria: “Como solo hay opción entre vencer o morir, es preciso vencer”. O este juego entre brillantes opciones: “Quien no espera vencer ya está vencido” o mucha fe, para aumentar la capacidad de triunfo, la palabra sagrada de la eucaristía del último domingo: ¡Quien no está contra nosotros, está con nosotros!
¡Es en el espíritu donde la patria se integra y se realiza!
#Opinión: La histórica cita con el pueblo Por: Francisco Cañizález Verde
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