En tantos años de abandonos dolorosos y exigencias sin precedentes nos hemos adormecido y despertado, entregando el país y volviéndolo a rescatar de las gargantas insaciables de sus verdugos. Hemos tomado la valentía disimulada del mutismo y luego el grito franco de las vísceras para detener la caída y el olvido. Hemos querido huir, llevando a rastras la tristeza y el arrepentimiento, y luego enfrentarnos de nuevo con un aliento que nadie esperaba y que terminó encandilando a los incrédulos.
Es cierto que la soberbia y el poder establecieron distancias infranqueables en las que se hizo imposible encontrarnos y en donde constantemente nos embistieron las dudas. El derrotismo, el terror y la desesperanza fueron, en algún momento, los logros más preciados de aquel que quiso condenarnos al perenne oficio de oponerse, a la queja infructuosa, al llanto con riesgo de absurdo.
Pero de pronto optamos por la valentía incesante de los ciegos y, como ellos, palpamos las sombras para superarlas. El temor de lo insalvable se transformó en una certeza ilustrada, en un júbilo inaudito nacido del propio desencanto. Y así nos encontramos frente a dos destinos: uno, el de la promesa de palabra en el silencio, el del rumor incesante de la esperanza; la Venezuela del anhelo, la Venezuela de la libertad. El otro, el del azar como política de estado, el de la tierra delirante donde el hambriento es obligado a fantasear para distraerlo de la espoliación y la miseria, la Venezuela de la burla, la Venezuela del encierro, fue quedando atrás como una memoria incómoda, como un fetiche absurdo y desfasado.
Triunfó la Venezuela que estuvo siempre en nosotros, la del territorio del abrazo como medición de la distancia, la de esa unión poderosa que supera el gentilicio. Aunque fueron largas las fronteras que el desaliento pretendió imponernos, el mañana quiso escucharnos y esperarnos en plural. El valor eligió el somos como única opción y nos ofreció el momento de mirarnos, de levantar la cabeza en alto para celebrar juntos una misma pertenencia, un futuro que librado de la rígida lógica del tiempo se hizo presente.]
Es posible que dentro de 72 horas un artículo idéntico a este sea escrito en las páginas de opinión de este periódico. (Tres días de gracia nos da el futuro para tomar su curso decisivo). Aunque es inevitable la angustia de pensar el futuro como decisión colectiva, el saber que todos pertenecemos a otras manos y que ninguno, por más que proponga su individualidad al extremo, es del todo independiente o aislado, ya no hay indecisión aceptable y es imposible el retorno.
El país está hoy frente a la encrucijada existencial más difícil de su historia y todas las manos, aún las responsables de la propagación de las ruinas, serán llamadas a la edificación del destino inmediato.
Despojados entonces de embelesos y tibiezas, con la máscara de la vergüenza o la fuerza poderosa del orgullo, decidiremos reafirmar los abismos del pasado o abrir la puerta catorce veces cerrada del siglo 21.
www.zakariaszafra.com
#Opinión: Del destino elegido Por: Zakarias Zafra
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