Omar Vizquel es un artista de facetas variadas.
No solamente nos ofrece degustaciones de fildeo exquisito con elegancia, sobriedad y pasmosa naturalidad. El caraqueño de 45 años es capaz de iniciar una nueva vida profesional en ramos totalmente contrapuestos a esa profesión que impone la absorción de rolatas candentes y una excelente dotación de reflejos para conectar con precisión y fuerza una bola que viene silbando a promedios superiores a los 150 kilómetros por hora.
Ciertamente, el béisbol extrañará a quien con categoría, profusión y profesionalismo dejará el protagonismo dentro de los terrenos, probablemente para hacerse de otra dilatada y triunfal trayectoria en funciones de técnico, del otro lado de las rayas.
Omar tendrá, al menos por ahora, tiempo para seguir usando el pincel y deleitarnos con pinturas que surgen airosas de su manantial de imaginaciones. Un destacado maestro barquisimetano, Jesús Armando Villalón, lo instruía hace algún tiempo en tales menesteres, le abría las compuertas de ese mundo tan especial. Viajaba el amigo Villalón hasta Seattle, hogar beisbolero en los inicios del torpedero, para hacer de “coach” plástico, de asistente magnífico de quien sabe que sus manos no están hechas únicamente para asir una bola sin necesidad de un guante, tocar un envío de fulminante velocidad o bajar un elevado mediando un confort inimitable.
O será que Vizquel tendrá su propia orquesta y hará de baterista, otra de sus inclinaciones frecuentes, tal como lo hemos visto, incluso, en cuñas de una marca patrocinante muy vinculada a la pelota profesional.
Este cronista está seguro que el reputado y muy famoso dueño de los diamantes tiene el lenguaje, la formación y agilidad mental para hacer de comentarista. No les extrañe que su voz sea escuchada en los circuitos radiales o las transmisiones televisivas de acá o de allá, en uno u otro idioma. Una vez, en Cleveland, antes de un juego de Estrellas, lo vimos animando un programa en la pantalla chica.
Esa diversidad de inclinaciones es fantástica. La palabra utility la lleva más allá del terreno, de juego, en el cual solamente le faltó -en el mundo de las Grandes Ligas- lanzar o hacer de catcher. No tendremos, pues, el típico retiro del pelotero que irremediablemente trastocará como técnico. Es muy ancho, impredecible, el futuro inmediato de este calificado paisano, por lo demás dotado de una gran personalidad, matizada por cordialidad y dotes humanas de alta estima.
Gran coleccionista de sus propias cosas, este personaje que nació en la capital venezolana el 24 de abril de 1967, es un ejemplo de longevidad beisbolera sin tener aparentemente una morfología adecuada. Pero ha cuidado con esmero y dedicación su físico. No sigue porque ya es hora de darle punto final a una carrera espléndida. Pero aún es mejor que una buena parte de los campocortos que pululan en el llamado mejor béisbol del mundo.
Mientras transcurren cinco años, margen legal para optar a la inmortalidad de Cooperstown, el pequeño astro nacional estará, suponemos, muy ocupado en alguno o varios de esos oficios que desempeñó temporalmente. Habrá tiempo para recorrer con la velocidad del pensamiento una trayectoria que incluye un cuarto de siglo, seis clubes de las mayores, más de 12 mil paradas en el plato y una luz de apenas 124 imparables entre los que reúne y los gloriosos tres mil. Esto para no cansarlos con una retahíla de guarismos que Vizquel guarda en su airoso andar por tantos terrenos de ambas ligas.
Hoy dirá adiós en Toronto. Será un momento muy especial, el más significativo para quien ha hecho del fildeo un culto y del béisbol un arte. Tendremos instantes de alta carga emotiva cuando Luis Aparicio esté a su lado. Habrá que sumar miles de asistencias, outs, doble plays robos, toques, jugadas magistrales y más de cinco mil incogibles.
Algún día las estatuas de ambos serán testigos mudos de una gran pareja que nos infla de orgullo y nos arranca lágrimas de satisfacción.
Foto: Reuters/Archivo
