Parecía un día común y corriente, me disponía a presentar cuenta con el ministro Luis Manuel Carbonell, cuando la secretaria me llama a mi despacho en la Consultoría Jurídica del Ministerio de Educación. El ministro, casi sin mediar palabras me dice: ¡Vamos a Miraflores, el Presidente quiere que estemos allá y no tengo idea de qué se trata!
En pocos minutos llegamos a Palacio, Carmelo Lauría, ministro de la Secretaria de la Presidencia, le dice al Ministro Carbonell que el Presidente (Lusinchi) lo espera, y yo me quedo conversando con el Dr. Lauría sobre temas intrascendentes. Evidentemente, estaba más pendiente del por qué mi presencia allí.
Ese mismo día ya estaba en Barquisimeto y era el rector de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado. Regresaba a mi querido Barquisimeto sin más compañía que lo que tenía puesto y un kilómetro de preguntas y expectativas, que poco a poco se irían despejando. En el aeropuerto me esperaba un grupo de profesores de la universidad, amigos, y tres baluartes de la democracia, mis maestros Doris Parra de Orellana, Eligio Anzola Anzola e Italo D’Apolo.
Luego de algunas conversaciones para ponerme al día con la problemática que vivía la Universidad (tenía casi tres meses paralizada por conflictos laborales que yo parcialmente conocía), me confirman que me espera una Asamblea General de Profesores, con la presencia, además, de estudiantes y trabajadores. Asistimos puntualmente a la cita convocada unilateralmente; la mayoría de los presentes eran profesores, no con muy buen ánimo de recibir a un Rector, no solamente impuesto sino también proveniente de otra universidad, lo cual consideraban una intromisión por decir lo menos y tenían mucha razón. Una verdadera prueba de fuego con la cual se inauguraba mi presencia en la universidad, en medio de una conflictividad política elevada, tras largos años de lucha por la autonomía.
Esa Asamblea fue maratónica, debates y discursos, tras los cuales comprendí el grado de conciencia y de responsabilidad académica de la comunidad que me tocaría dirigir. Cuando me correspondió el derecho de palabra se ratificaba en mí la convicción, la necesidad de entablar un diálogo de altura, sincero, con mis interlocutores. Me escucharon con respeto.
De esa reunión salieron propuestas, compromisos, a corto, mediano y largo plazo, pero también alumbró la esperanza por lograr entre todos una universidad verdaderamente democrática y autónoma. En poco tiempo eso sería una realidad. Durante la madrugada del día que comenzaba me reuní con las directivas de todos los gremios por separado y al salir el sol estaban dadas las condiciones para reabrir la universidad, y así fue.
Mi primer equipo Rectoral lo integraron Gadra Sánchez de Pérez, Francisco Guédez C. y Rafael Ricardo Gásperi. Luego se incorporarían José M. Camino, José Betelmy y Régulo Carpio L.; de todos conservo el mejor de los recuerdos y profundo agradecimiento.
Realmente la deuda con los trabajadores era inmensa, no solo económica, sino social. Los obreros dependían del contrato de obreros educacionales, sin ninguna esperanza de discutir su propio contrato colectivo. Los empleados no tenían ni convenio de trabajo, ni reglamento de jubilación. Todos dependían del Ministerio de Educación. El papel oficial de la Universidad tenía el encabezado de Ministerio de Educación, expresión de una subordinación y dependencia institucional, que era llamativamente inaceptable para una institución de tal rango.
Empezamos a producir un sinfín de reglamentos, trascendentes desde el punto de vista autonómico, como por ejemplo producir una resolución rectoral que no dejara en manos del Rector únicamente la designación de los Decanos (para la época directores, nombrados por el Rector por disposición reglamentaria). Recuerdo que la resolución decía algo así: «A los fines de orientar la decisión del rector, para la designación de los decanos se convoca a una consulta». De esta forma no se violaba el Reglamento General de la Universidad, y se iniciaba la práctica irrenunciable de la autonomía. Siempre respetamos el resultado de esas consultas, aun cuando era una atribución del rector su nombramiento.
El presidente Pérez en una visita a Barquisimeto me informó que sería ratificado como Rector. Le recordé que tenía el compromiso de promover las elecciones de autoridades en la UCLA. Asumimos junto con los gremios y la comunidad la elaboración del Proyecto de Reglamento General de la Universidad, donde se consagraba la elección directa de las autoridades por parte de los profesores y estudiantes, el cual está vigente para nunca dar marcha atrás. Nuestra universidad fue pionera en ese movimiento democratizador.
En fin, tuvimos el honor de contribuir a la «puesta de largo» de la universidad. Como es de suponer, no todo fue color de rosas, sobre todo después del golpe de Estado del ’92.
En los cincuenta años de nuestra querida universidad estamos satisfechos de la labor cumplida. Sólo me resta decir: Gracias a Dios por haberme permitido la satisfacción del deber cumplido y gracias a todos los que conformaron mis equipos. Ustedes son los verdaderos hacedores de mi experiencia, esa pequeña huella indeleble en la vida del Alma Mater larense.