Visto en retrospectiva histórica, los fraudes electorales están ligados a la manipulación que, sobre la base del poder que detenta, un candidato oficialista o que cuente con el apoyo del gobierno llega a ejercer con el propósito de torcer los resultados a su favor.
Un estudio comparativo de la realidad latinoamericana en cuanto a incidentes e irregularidades comiciales ante el propósito de institucionalizar las elecciones presidenciales y cerrar el ciclo post-independentista del caudillismo, evidencia la persistencia del fraude electoral como práctica común. A lo largo del siglo pasado, el caso mexicano es ilustrativo. Porfirio Díaz, desde 1910, es un emblema. Cuauhtémoc Cárdenas, candidato opositor, en 1988, según resultados preliminares aventajaba al candidato oficialista cuando el sistema computarizado falló. Horas más tarde, al reactivarse este último apareció como ganador por estrecho margen y así fue proclamado.
Con Andrés López Obrador las suspicacias no se despejan. En el 2006 perdió por escasos 236.000 votos a favor de Felipe Calderón y no vaciló en denunciar un supuesto fraude. Lo alarmante es que en las recientes elecciones que perdió, esta vez con Enrique Peña Nieto, mucho antes, en plena campaña ya advertía que si perdía era por fraude. Por suerte para la población de México, las movilizaciones y concentraciones que convocó no pasaron de la protesta pacífica y la proclamación simbólica como presidente legítimo, precisamente porque fue capaz de solicitar públicamente a sus seguidores, no caer en provocaciones y evitar la violencia.
En el caso venezolano, en tiempos del bipartidismo y de la IV república, hubo elecciones donde el estrecho margen de diferencia no impidió el reconocimiento inmediato del triunfo por el sector opositor y, por ende, no germinó ningún enfrentamiento violento. Como pudiera alguien argumentar: “eran caimanes del mismo pozo”, estaba vigente el puntofijismo y la polarización casi inexistente.
En las elecciones presidenciales anteriores, la declaración pública del candidato opositor Manuel Rosales, no evitó que algunos dirigentes nacionales hablaran de fraude y prometieran pruebas, llegando al extremo de vincularlo con la manipulación tecnológica mediante el sistema satelital ruso.
Este tipo de declaraciones forma parte de una antología extraordinaria por su volumen, aun no escrita, que debería recoger el discurso de quienes afirman categóricamente el triunfo de sus candidatos, sin deslizar la idea del reconocimiento de los resultados, como base fundamental del clima de tolerancia necesario para la convivencia poselectoral inmediata. En ambos casos, la lectura deja la impresión que nadie perderá.
Una apreciación puede tenerse como cierta: los grupos de oposición al gobierno se ven obligados por fuerza de las derrotas que reciben y con el apoyo cada vez mayor de las instancias internacionales, a plantear exigencias de perfectibilidad de los sistemas electorales a los órganos rectores del proceso para hacerlo cada vez más confiable y creíble, tratando de garantizarle a la ciudadanía el uso correcto y pleno de su ejercicio del derecho a elegir. Quiérase o no, la revisión del sistema y la práctica electoral termina fortaleciendo al sistema democrático como un todo.
Resalta el dato acerca de la opinión favorable que tiene un buen sector de los venezolanos acerca de la confianza en el Consejo Nacional Electoral, CNE. Lo avala la decisión del porcentaje de auditoría, con la presencia de los testigos de los partidos, que se realizará a las máquinas electorales el propio 07 de octubre: el 57%, es decir, una cifra que representa un volumen de más de 20 mil máquinas, mientras que en otros países tal proceso se reduce al 2%.
La Misión Electoral de UNASUR, integrada por más de cuarenta observadores, la mayoría de ellos funcionarios de organismos electorales en sus respectivos países, luego de reuniones y entrevistas en el país, por intermedio de su presidente Carlos Alvarez, destacó que el sistema venezolano es confiable por la garantía de transparencia que ofrece, la capacidad de ser auditada por los actores y la fortaleza tecnológica que la respalda. Ratificaba así, la opinión de representantes de otros organismos similares como el Centro Carter.
Coincidimos en cuanto a que “a referencia al fraude es una simple formalidad, el sólo hecho de cantarlo, aún sin bases, podrá desatar un estado de anarquía de consecuencias nefastas y difíciles de predecir en cuanto a su profundidad, dramatismo y duración”. (Carrillo, dixit); de allí, el esfuerzo por evitar que en su nombre sectores radicales puedan ejecutar planes perversos de violencia con los saldos conocidos para la población.
#opinión: Planteamientos – Fraude Electoral y Violencia por: Alexis J. Guerra C.
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