Interesante aprendizaje surge sobre los límites a la libertad de expresión,
tras la publicación de las caricaturas contra Mahoma en Francia; la
prohibición de las fotos de la princesa inglesa Catalina en topless y la
difusión del video clandestino que enturbió la campaña electoral de Mitt
Romney.
El editor de la revista satírica francesa Charlie Hebdo, justificó su
derecho a la libertad de prensa después de publicar caricaturas que se mofan
del profeta Mahoma. Su defensa hubiera sido más auténtica a no ser por su
intención y el timing de su publicación. Dos irresponsabilidades que minan
la libertad y que diferencian su caso con otros que también causaron
violencia por sus ofensas al Islam, como el film «La inocencia de los
musulmanes», las caricaturas similares difundidas por un diario danés en
2005 y «Versos satánicos», el libro de 1988 de Salman Rushdie.
La diferencia, y el agravante, radica en que la revista tuvo la intención
premeditada de provocar y de haberlo hecho mientras continúan las revueltas
violentas en Medio Oriente que ya costaron más de 30 vidas, cruzando la
línea entre la libertad de expresión y la incitación a la violencia y al
odio.
Puede que Charlie Hebdo esté protegida legalmente, pero en materia ética se
trata de una provocación inútil e irresponsable. Es que los medios, a
diferencia de los individuos, como el creador de la película, tienen mayores
responsabilidades. Ningún periódico alemán podría alabar a grupos neonazis y
negar el Holocausto judío; mientras se justifica que Google aceptara sacar
de su motor de búsqueda en países musulmanes, material contra Mahoma que
pudiera seguir encendiendo el conflicto.
Si bien nada justifica la censura con violencia – en especial donde los
fundamentalistas religiosos persiguen a sunitas, chiitas, cristianos y
judíos – también es cierto que la ética demanda a los medios medir los
efectos de sus publicaciones y autorregularse ante contenidos blasfemos o
que incentiven el odio.
Esa diferencia entre la responsabilidad individual y la de los medios
también surgió en casos que conmovieron a la Familia Real inglesa. El
príncipe Guillermo y su esposa Catalina expresaron su satisfacción después
que un tribunal francés prohibió a la revista Closer y su editorial
Mondadori seguir publicando o revender las fotos en topless de la princesa,
bajo el argumento de que un paparazi las tomó violentando el derecho a la
privacidad de la pareja, mientras vacacionaba en una mansión en la rivera
francesa.
Distinto fue el caso del menor de la familia, el príncipe Harry, sobre quien
el diario inglés The Sun publicó sus instantáneas, mientras desnudo
deambulaba de habitación en habitación en una fiesta de solteros en Las
Vegas. A diferencia del topless de Catalina, las fotos de Harry fueron
tomadas por sus amigos de jerga y proporcionadas a la prensa después de que
se divulgaron por internet.
Pese a que la Familia Real también se revolcó en enojos y vergüenzas, y
varios medios ingleses no quisieron publicar las fotos aduciendo el carácter
sensacionalista de The Sun, nada podría justificar la censura. Pues se trata
de un personaje público en una fiesta, las que perdieron su carácter privado
desde la irrupción de los teléfonos inteligentes y la manía de subir fotos a
Facebook, Instagram y otras redes sociales. Silvio Berlusconi fue el primero
en aprender la lección.
Lo mismo sucedió con el candidato presidencial Mitt Romney, quien no puede
alegar una intrusión a su intimidad, después que los medios divulgaron un
video que le tomaron clandestinamente, en el que fustiga a la masa de
votantes que preferiría votar por su contrincante, el presidente Barack
Obama.
A Romney no le quedó más que admitir sus dichos, no muy diferentes a los que
sostiene públicamente, y no culpar a los medios, ya que alguien de su
entorno fue quien lo tomó desprevenido. Distinto y grave sería – así como en
el caso de The Sun – que un periodista hubiera tomado las imágenes mediante
cámara escondida.
Más allá de las diferencias sobre cómo se obtienen y quienes publican las
imágenes, lo importante es que estos casos generan aprendizaje, tan
necesario en estos tiempos en que todos, gracias a las nuevas tecnologías,
somos medios de comunicación y, también, responsables por ello.
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