Jesús seguía tratando de explicar a sus discípulos su pasión y muerte, la cual era ya inminente. Nos cuenta el Evangelio que iba atravesando Galilea con ellos, pero sin querer que nadie lo supiera, pues iba enseñándoles justamente sobre lo que iba a ocurrir pocos días después. Por cierto, el Señor siempre que hablaba de su muerte, hablaba al final de su resurrección (Mc. 9, 30-37). Pero los discípulos no querían entender. Probablemente se quedaban con el anuncio de la primera parte e -igual que nosotros hacemos- atemorizados por el sufrimiento y la muerte, ni se daban cuenta del triunfo final: la resurrección.
De tal forma huían los Apóstoles del tema que Jesús quería tratar con ellos que, según nos cuenta este Evangelio, se pusieron a hablar -sin que Jesús les oyera- sobre quién de ellos era el más importante. ¡Cuán lejos puede llevarnos esa mentalidad de mundo que nos hace huir de la cruz que Jesús nos ofrece! Miremos a los Apóstoles, los más allegados al Señor: ante un asunto tan serio y delicado, tan necesario de comprender y de aceptar, ellos usan la evasión y llegan al extremo de cambiar el tema y ponerse a discutir sobre quién sería el primero, cuando ya Jesús no estuviera.
Caminando al lado de Jesús, a Quien ya no tendrían con ellos por mucho más tiempo, hacen todo lo contrario a lo que El les enseñó: dan entrada al orgullo, a las rivalidades y las envidias. Con esos pensamientos y ocultas conversaciones, hubieran podido llegar a cualquier desorden y a toda clase de obras malas. (St. 3, 16 – 4, 3)
Por ello Jesús tiene que detener de inmediato la inconveniente discusión. Y El, que conoce nuestros más íntimos pensamientos y sentimientos, además de nuestras más escondidas palabras, haciéndose el inocente, le pregunta a los discípulos: “¿De qué discutían por el camino?”. Por supuesto, se quedaron atónitos sin poder responder. Luego de este silencio, llamó a los doce Apóstoles y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Es lo que precisamente el Señor les venía anunciando de su pasión y muerte. El, Dios mismo, el Ser Supremo, el verdaderamente más importante y primero de todos, se rebajaría a la condición de servidor de todos, para darnos el mayor servicio que nadie podía darnos: dar su vida misma, con un sufrimiento indescriptible, por el rescate de cada uno de nosotros.
Ahora bien, ¿por qué matan a Jesús, sin realmente tener culpa? Muchas son las explicaciones y motivos que pueden aludirse, basándonos en la Biblia. Una de éstas explicaciones la trae el Libro de la Sabiduría (Sb. 2, 12.17-20). “Los malvados dijeron entre sí: ‘Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados … Sometámoslo a la humillación y a la tortura … Condenémosle a una muerte ignominiosa’”.
La conducta del Justo (Jesucristo, Hijo de Dios) y de todos los que tratan de ser justos, siempre resulta una amenaza para los que no desean ser justos. La conducta de los buenos es como el espejo de la maldad de los malos. Estos reaccionan maniobrando contra los buenos, calumniando o criticando, para tratar de quitarlos del medio. Esto fue así muy especialmente para Jesús, pero lo es también para todo el que trata de seguirlo a El. De allí que El nos recuerde: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc. 8, 34).
Los Apóstoles terminaron entendiendo lo que antes no entendían, al punto que dieron su vida por Cristo y por el Evangelio. Y nosotros … ¿ya hemos comprendido estas palabras?
http://www.homilia.org
#opinion: Buena Nueva – ¿Entendemos? por: Isabel Vidal de Tenreiro
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