Debemos estar orgullosos de todos los escritores venezolanos que ofrendaron su vida y su talento para entregar a la posteridad el testimonio de luchas políticas que con cárcel tortura, sangre y muerte, crearon la plataforma cívica e institucional que sostiene la Democracia que disfrutamos, tan fuerte en sus cimientos que ha resistido los embates de variadas amenazas caudillistas.
Consignado este agradecimiento como lector y subscribiendo la deuda impagable que tenemos con los grandes intelectuales del siglo 20, toca ahora reflexionar aunque sea someramente sobre lo que puede ser un vacío literario en torno a la transición que nos convirtió de manera acelerada de un país rural, rezagado respecto a nuestros vecinos en materia económica y desmembrado territorialmente por luchas interminables de cacicazgos regionales, en una nación urbanizada con una clase media bien estructurada y siempre alerta para la defensa de sus paradigmas republicanos.
Es posible que una gran mayoría de personas le den poca importancia a la influencia que pueda tener la literatura como valor axial dentro de la organización social, para ellos bastaría señalarles que Alemania toma constitución de pueblo a partir de los relatos y los estudios filológicos de los Hermanos Grimm, que el poeta Luis de Camoes es un emblema de Portugal por expresar en versos el alma marinera de esta nación y si poner ejemplos ilustrativos necesitamos habríamos de concluir que los venezolanos somos una permanente confrontación entre Doña Bárbara y Santos Luzardo, siempre trenzados en el conflicto entre lo atávico y los civilizatorio .
Tiene pues la literatura, sobre todo aquella que nace de la fragua sociológica, un impacto determinante sobre el destino de los pueblos, sencillamente porque ella es el producto estético que funciona como espejo del alma nacional. Al leer novelas donde somos protagonistas como pueblo, modelamos los liderazgos y las conductas colectivas que están plasmadas en la prosa que nos abre las puertas hacia la transcendencia de los héroes.
Funcionan de esta manera las novelas como la formalización de nuestras motivaciones intimas y el manual de procederes éticos que perfilan nuestro talante ciudadano. Somos producto de nuestra propia memoria y ella esta indisolublemente atada a la selección histórica que hacen de nuestro pasado los novelistas, porque ellos a diferencia de los Historiadores nos transfieren emociones y no datos fríos y académicos que les son indiferentes al romanticismo de las “masas” (aunque con renuencia evoquemos a Ortega y Gasset).
De esta forma si repasamos los momentos estelares de la historia venezolana en el siglo 20 nos encontraremos con novelas formidables que expresan luchas políticas para instalar causas de justicia y progreso. Libros que nos muestran como dignos herederos del ejército libertador, siempre dispuestos a combatir por las causas morales más elevadas. Leemos y releemos y siempre nos vemos en el espejo de la lucha política, en las crónicas de una guerra republicana donde la heroicidad estaba en el coraje personal de entregar la vida en defensa de un ideal.
Pero nunca se escribieron las novelas de cómo se construyó el país que producía alimentos, como fue el proceso para avanzar en materia agropecuaria. Tampoco sabemos la manera como miles y miles de inmigrantes europeos empujaron a nuestra Venezuela por el camino del progreso. Nunca nos enteramos del aporte de los centenares de profesionales, muchos de ellos extranjeros, que le dieron soporte científico y tecnológico a nuestros procesos industriales. Todavía permanecen en secreto las miles de historias de hombres y mujeres que con su esfuerzo, su constancia, su amor por Venezuela, lograron consolidar un aparato productivo que a pesar de los embates y las crisis aun nos permite navegar con la bandera económica todavía izada.
Para querer a esta Venezuela que da comida, empleo y estabilidad económica, hace falta una literatura que nos lleve por el camino de conocerla y quererla. Estas novelas nunca se escribieron, debe ser por eso que no entendemos la mentalidad del empresario, de ese compatriota que animado por una simple idea y la mayoría de veces sin dinero le dio vida a un espacio para la generación de riqueza y trabajo productivo. Novelistas y sociólogos están en deuda con el país.