El tiempo se escurre, segundo a segundo, y al fenecer, queda para el pasado, para la historia. Somos circunstanciales dueños del ahora. El futuro es aleatorio, impredecible con certeza, aún cuando el diario acontecer nos de pistas para sostener la esperanza. Saber lo que nos deparará el futuro, ha constituido una preocupación constante del ser humano desde sus más remotos orígenes. A escasos días del decisivo momento eleccionario que habrá de defenestrar el actual gobierno, por obsoleto, periclitado, ineficiente y corrupto, el angustiante lapso de espera se diluye rápidamente como espuma. Aún así, en el ambiente flota una cierta sensación de angustia por lo que tal acontecimiento pudiera generar en el devenir de nuestra Nación .
En una democracia propiamente dicha, con equilibrado juego de poderes y donde prive el interés de la República por encima de las apetencias personales de los mandatarios de turno, en donde se acate y se cumplan las normas que conforman la Carta Magna, que ésta no sea «el librito amarillo que sirve para todo» y aún menos para complacer la mentalidad mesiánica de un mandatario que pretende perpetuarse en el poder, y salvar el mundo, en lugar de salvar primero a Venezuela, tal proceso no debería originar angustias ni intranquilidades. Esto, por cuanto la victoria del candidato presidencial de la oposición, es ya un hecho, y vendrá a constituir un hito más que consolidará y confirmará el espíritu democrático del venezolano y su afán de libertad y de justicia, así se respira en el ambiente y se capta como agradable música al oído.
Es natural que el advenimiento de un acontecimiento político como el próximo evento electoral de octubre, genere cierta ansiedad para los bandos empeñados en el triunfo, pues habrá de ser un proceso definitorio del futuro rumbo del país, del esclarecimiento de un dilema, del triunfo de la libertad sobre la dictadura, de la victoria de la democracia cimentada sobre el derecho y la justicia, versus un capitalismo de estado leguléyico y militarista, disfrazado de democracia.
La gran mayoría democrática venezolana está a la expectativa del triunfo del candidato de la oposición. Cada día que transcurre constituye un paso más hacia el rescate de la Venezuela perdida, de paz, sin odios, estructurada sobre poderes dentro de un marco legal respetado y sometido a un verdadero estado de derecho cuyo ápice en la pirámide legal, habrá de ser la Carta Magna y no la voluntad de un dictador.
Todo a su tiempo llega y para la fecha en que estas notas escribo, escasamente nos separa un mes del suceso decisivo. Concluido éste, con el triunfo del candidato de la oposición, se habrá cerrado un primer ciclo de la espera, el más importante y de mayor valor por cuanto constituirá la sentencia del electorado en favor de la democracia y en contra de la dictadura comunista, que habrá de ser extraditada a sus fueros habaneros, per saecula saeculorum, deo gratias.
De inmediato se abrirá un nuevo ciclo de espera, que puede ser de mayor tensión, por cuanto el candidato perdedor y sus acólitos deberán reconocer el triunfo del opositor y preparar sus maletas. Pero por más bonos, dólares y títulos de propiedad que pudieran trastear en los baúles; tres meses, léase bien, tres meses constituyen demasiado tiempo . El período de transición desde el 8 de octubre, fecha en que el electorado habrá dictado su sentencia erga omnes, hasta el 10 de enero, oportunidad de la entrega del cargo por parte del quasi sexagenario perdedor, (Art. 231 C.N.) constituye de por sí, un lapso de transición demasiado extenso, que en futuras enmiendas debe ser revisado .
A tal efecto, el joven presidente, deberá apelar a toda su visión y sagacidad de político avezado, triunfante como ha sido en todos los procesos electorales en los cuales ha competido- dos veces por la Alcaldía de Baruta y uno por la Gobernación de Miranda- para cobrar y asimilar la victoria y exigir valientemente cuentas claras al equipo saliente, debiendo designar para la transición, sus respectivas comisiones de observadores integradas por expertos en las diferentes áreas que integran los principales sectores económicos, políticos y sociales del Estado. Todo esto, dentro de la prudencia y la sensatez que el hecho histórico habrá de exigir en aras de la paz y la tranquilidad ciudadana y en beneficio de la Nación, con el apoyo, estamos seguro, del pueblo victorioso, de la comunidad internacional no comprometida con el actual régimen y de las Fuerzas Armadas democráticas, en cumplimiento de su deber constitucional .