Carolina Jaimes Branger
Tal vez usted haya oído hablar del heroísmo del polaco Janusz Korczak,
el hombre –que aún cuando tuvo varias ofertas de salvación- se negó a
dejar a los niños del orfanato judío que dirigía cuando los nazis los
llevaron a las cámaras de gas de Treblinka.
Vale la pena conocer de este extraordinario ser humano. “Soy una
mariposa ebria de vida. No sé dónde remontarme, pero no voy a permitir
que la vida me corte mis hermosas alas”. Ni la vida ni la muerte las
cortaron. Korczak fue médico, pedagogo, escritor, activista de
derechos humanos… y héroe.
Desde muy joven trabajó como tutor de sus compañeros menores en el
liceo. Allí comenzó su pasión por entender, estimular y trabajar a
favor de los niños.
En 1896 debutó como escritor mientras estudiaba medicina. Investigó
los postulados de Johann Heinrich Pestalozzi. Visitó barrios en
Varsovia para conocer de primera mano las necesidades de los más
pobres.
Ya graduado de médico fue reclutado para trabajar en Manchuria durante
la Guerra Ruso-Japonesa. Hasta 1912 trabajó en el Hospital Bersonów i
Baumanów, donde vivía en el ático y trabajaba a la hora que fuera
requerido. A los padres de niños ricos les cobraba altas sumas por las
consultas; a los pobres los veía gratis y usaba el dinero que ganaba
para ayudarlos.
En 1909 conoció a Stefania Wilczyńska, su socia más cercana con quien
fundó su propio orfanato Dom Sierot “El Hogar de los Huérfanos”.
Volvió a trabajar como médico de guerra en la I Guerra Mundial y en la
Guerra Polaco-Bolchevique.
Estudió exhaustivamente al filósofo John Dewey y sus postulados de
progresismo pedagógico centrados en el niño. Se fascinó con los
estudios de Maria Montessori y de Ovide Decroly sobre el desarrollo de
las potencialidades y reeducación de niños con retardo mental.
“El niño razona y entiende del mismo modo que un adulto: tan sólo
carece de su bagaje de experiencias”, escribió. Su orfanato funcionaba
como una pequeña república democrática: tenía un parlamento, una corte
y un periódico.
Korczak empleó con frecuencia el formato de cuentos de hadas para
preparar a sus jóvenes lectores para los dilemas y dificultades de la
vida adulta y la necesidad de tomar decisiones responsables.
No le gustaba que llamaran “doctrina” a sus ideas y resaltaba que no
eran otra cosa que productos de su experiencia. Sí legó una gran
cantidad de escritos sobre los derechos y el autogobierno de los
niños, su formación social fuera de la familia, las relaciones con sus
compañeros y la convicción de que los niños son tan seres humanos como
los adultos: “no hay niños, hay personas”, decía.
Abogó siempre porque la infancia fuera la piedra angular del
desarrollo evolutivo, un periodo de crecimiento y descubrimientos, no
de preocupaciones u obligaciones.
El día de la marcha hacia Umschlagplatz, el lugar de donde saldrían
deportados hacia el campo de exterminio de Treblinka, Janusz Korczak
ordenó que los niños se vistieran con sus mejores ropas. Cada uno
llevaba una mochilita azul con su libro o juguete favorito. Con ellos
iba Stefania Wilczyńska. Joshua Perle, un testigo presencial,
describió la procesión:
“Janusz Korczak marchaba con la cabeza inclinada hacia adelante,
sosteniendo la mano de un niño. Sin sombrero, con un cinturón de cuero
alrededor de su cintura y botas altas. Unas pocas enfermeras caminaban
seguidas por 200 niños, vestidos con ropas limpias y meticulosamente
cuidadas, como si estuvieran siendo llevados al altar”.
Todos los niños que sufren deberían tener un Janusz Korczak en sus vidas.
Todos los niños que sienten miedo deberían tener un Janusz Korczak en
sus vidas. Todos los niños que son felices han tenido a alguien como
Janusz Korczak en sus vidas. Y los sueños de la infancia, si tuvieran
un nombre, deberían llamarse Janusz Korczak. Porque Janusz Korczak
logró hacer soñar a los niños aún en las peores circunstancias.
Su mejor definición la encontramos en una frase suya:
“Las vidas de los grandes hombres son como las leyendas: difíciles
pero hermosas”.