La jornada del simulacro electoral significó un hecho inédito en la historia política venezolana: el de cientos de personas en los centros de votación, entusiasmados con la idea de practicar de cara a las presidenciales del 7 de octubre. A muchos sorprendió que a pesar de su carácter de simulacro, la gente aceptara permanecer hasta tres horas en una cola con tal de cumplir el proceso y ensayar su voto definitivo.
Familias enteras, personas mayores y hasta discapacitados, madrugaron para acudir presurosos a los centros, en los cuales se respiraba ambiente electoral.
Esta conducta, razones más, razones menos, obedeció a una realidad: el pueblo tiene ánimos de participar en la fiesta electoral, confía en el árbitro y en la garantía del secreto del voto.
Sin embargo, la buena noticia de la participación en el simulacro, pretendió ser burlada por el sector oficialista (incluso con voz presidencial), al exigirle a los rectores del CNE (como si fueran súbditos al servicio del rey), dar a conocer los resultados de la cita democrática.
Las alarmas se encendieron del lado opositor y ciudadano, no por temor a cifras que revelaran una u otra tendencia, sí por la angustia cierta de perder un terreno ya ganado: el de la confianza del elector en el sistema.
Vulnerar esta confianza habría significado una afrenta al pueblo, a su genuina transparencia al momento de acudir en un domingo festivo, para simular (era ese el objetivo y no otro) el proceso y ganar confianza ante la cita próxima de octubre.
El rector Vicente Díaz salió al paso a la pretensión y advirtió: «Aquí nadie puede dar resultados del simulacro de votación porque sencillamente no existen y el CNE ha dejado muy claro que no hay totalización de los votos de este ejercicio», a lo cual agregó:
«Sería totalmente contraproducente que luego de una decisión unánime del directorio vengamos nosotros a publicar cualquier tipo de resultado que no sea el de las elecciones».
Una conducta contraria habría significado la pérdida de la credibilidad y convertir el gran día del 7 de octubre, en un escenario empañado por la duda.
El CNE, en este caso (y esperamos no ocurra lo contrario), ha dado muestras de cordura y antepuesto la vocación democrática a los designios dictatoriales de quien hace rato pretende someter a las instituciones a sus reales designios.
Si esta conducta permanece en el tiempo, los rectores del Poder Electoral ganarán para el mañana respeto y prestigio; de lo contrario, el repudio se instalará con su dedo fatídico.
Superada esta primera prueba, sólo queda el tiempo del descuento.
Los ánimos están en la calle y todo vaticina una asistencia masiva, entusiasta y decidida a la cita del 7-O.
Nadie se debe quedar en casa ni dejar de repetir: El voto es secreto.
Atrás quedaron los miedos a espías electrónicos o máquinas capaces de revelar por quién se votó. Sólo usted sabrá por quién votó a menos que lo quiera revelar.
De esta forma, con plena confianza, activos en los centros de votación, con el respaldo a testigos y observadores presentes en la gran jornada de Octubre, debe el ciudadano acudir con la conciencia clara y el ánimo dispuesto a cumplir con una tarea que es derecho pero también deber. El noble pueblo venezolano ha confiado y confianza obliga a no defraudar. Ojalá nadie lo olvide en el corto trecho pendiente.