Todo parece indicar a estas alturas del proceso electoral que el proyecto castrocomunista liderado por Hugo Chàvez será derrotado de manera contundente el próximo octubre.
Mientras el candidato a reelegirse tiene que llevar autobuses con empleados públicos para animar su campaña. El pueblo en la calle, ese río de gente alegre y espontánea que acompaña a Capriles Radonsky en sus giras por los pueblos ignorados, es quien de verdad ofrece el termómetro sobre quién ganará la contienda entre los dos aspirantes. El contraste no deja lugar a dudas: la frescura y la juventud frente al cansancio y el desgaste.
Después de catorce años de ideología marxista, de intolerancia, abusos, estatizaciones, persecuciones, mentiras y promesas incumplidas el pueblo se cansó del discurso soez que sólo ofrece más centralismo, personalismo y caudillismo militar.
Llegó la hora de pasar factura a esa horda ministerial que aplaude frenéticamente al jefe y que lo único que supo hacer en exceso fue politizar la administración pública y las empresas del estado como el sonado caso de Pdvsa. Necesitan un escarmiento por su incapacidad para construir nuevas vías y carreteras, edificar urbanizaciones y viviendas dignas, multiplicar escuelas y liceos para los más necesitados; por su negligencia para evitar las catástrofes de Amuay y Guarapiche, o la insaciable matanza diaria de jóvenes venezolanos en ciudades y cárceles.
La revolución y su jefe máximo están a la desbandada y su retiro forzoso del escenario político será la mejor recompensa para este sufrido pueblo. Hay que preparase para cuidar la calle y no abandonarla. La calle es la única capaz de frenar la violencia de los perdedores y de asegurar el triunfo de la gran fiesta por la libertad, la democracia y la justicia.