Sin tregua
“Vox populi, vox Dei”… no siempre.
Se puede escribir la historia desde ahora. A quien pregunte cómo fue que llegamos hasta estas cotas de destrucción estructural, institucional y moral como país y como nación, hay suficiente material para contarle. Con cierta frecuencia el lugar común interroga hasta dónde vamos a llegar o aguantar. Y algún observador que poco sepa de nosotros, del comportamiento de las masas y de las perversiones del poder interroga que cómo fue que un solo hombre, Chávez, pudo hacer tanto con y contra los venezolanos. Pienso que no son simples las respuestas, porque las causas son muchas, complejas y a veces inaprensibles. Suelo responder, que las crisis de los pueblos no tienen fondo, que acaso el canibalismo sea uno de los fondos de las crisis, que las cámaras de gas y los hornos crematorios de los nazis son otros de los límites del abismo, que otros modelos de hundimientos fueron los “procesos” padecidos por las hermanas repúblicas del cono sur de nuestro continente donde desaparecieron a miles de personas o allende nuestros mares las barbaries de los serbios, las matanzas en Ruanda o en Siria. Pero hay otras respuestas, como es deseable.
Aunque parezca innecesario, advertimos que nos gusta observar cómo cambian las maneras de ver los fenómenos políticos. Tanto por los debates librados en el seno del MAS como por nuestra condición de docente universitario, uno es un aficionado a mirar la transformación y derrumbe de algunas certezas en el campo social y político. Alguna vez un necio con poder pontificó entre nosotros, contrariando la historia, que “el pueblo nunca se equivoca”. Otro – el que ahora nos desgobierna -, solía citar que “la voz del pueblo es la voz de Dios”. Chávez probó, una vez más, que el pueblo puede equivocarse y, por obvios, obviamos los casos de Hitler y Mussolini. Y la voz del pueblo no es la voz de Dios, porque entre los atributos que los teólogos atribuyen a Dios no cabe el de cometer pendejadas que los pueblos sí cometen. Los pueblos, pues, sí se equivocan y en Venezuela nos equivocamos con Chávez.
Chávez le cambió el nombre a la República, cambió el escudo, modificó el número de estrellas de la bandera, cambió la Constitución una vez y la reformó otra para establecer la reelección perpetua, porque el pueblo se lo permitió. Cuando Chávez intentó consagrar el comunismo en la letra constitucional, no quiso el pueblo, y votó en contra de tal pretensión. Chávez dijo entonces en televisión que esa había sido “una victoria de m…”. Por cierto, si alguien hubiera calificado ante las pantallas con esa palabra a una cualquiera de sus victorias electorales que con todo ventajismo obtuvo, estaría todavía en uno de los calabozos del SEBIN que el régimen reserva para sus venganzas judiciales.
Chávez, en verdad, al cobijo de votaciones, ha ejercido el mando a su antojo, como un rey árabe. Amparado en leyes a su medida, que se amoldan al ventajismo del régimen, ha cambiado circuitos electorales para ganar elecciones legislativas cuando pierde en cantidad de votos. Pero no ha podido, no puede ni podrá, extinguir las elecciones. Y la tendencia de los sufragios efectivos, y los últimos comicios, confirman que Chávez pierde las elecciones presidenciales del 7 – O.
La historia, veloz en los tiempos que corren, se está escribiendo por entregas, día a día, y las causas que desencadenan los hechos están al alcance de cualquiera: puentes caídos, Pdvsa bajo incendio, desprofesionalizada y sin ceñirse a los protocolos de seguridad, masacres en las calles y en las cárceles, corrupción, inflación, el país hipotecado y paremos de contar. Entre tanto las fuerzas democráticas, obligadas por la gente, al principio, y convencidas por estado de necesidad después, acertaron al decidir enfrentar unidas al militarismo despótico que destruye al país. Entonces, a quienes preguntan hasta cuándo aguantaremos hay que decirles que con todo el poder y el dinero del que ha dispuesto el régimen, los venezolanos hemos impedido las dos cosas que más desea el presidente saliente: la abolición del sistema de elecciones universales, directas y secretas – como en Cuba – y la consolidación, firme y definitiva, de un régimen dictatorial con fachada socialista. Los venezolanos no claudicamos en la defensa del voto y la libertad. Lo que hizo el régimen con la Alcaldía Metropolitana de Caracas ante el legítimo triunfo de Antonio Ledezma, y con las demás alcaldías y gobernaciones en manos de la Alternativa Democrática, al desconocer la soberanía popular regateándole sus competencias, es un adelanto de la pretensión chavista de ponerle fin del sufragio.
El clima totalitario y asfixiante pero terminal, que respiraba España a la muerte de Franco, y Chile en los días que precedieron a la derrota electoral de Pinochet, es el que se respira hoy en Venezuela. Está a la vuelta de la esquina retomar el rumbo democrático. Cuando unos cuatro generales anuncian un eventual desconocimiento de la victoria electoral que los demócratas obtendremos el 7 – O, reencarnan a los “gorilas golpistas” de cualquier república bananera, todos sometidos a juicio hoy en sus países. Luego, se puede escribir la Historia desde ahora: Chávez y el régimen pierden las elecciones. Y entregarán el gobierno quieran o no; es la voluntad del pueblo, rectificando, corrigiendo. Los pueblos rectifican.