El proyectil que impactó al primer actor y galán Humberto Leopoldo García Brantd, de 68 años, lo alejó de las producciones dramáticas y de las cámaras de televisión, pero no acabó con su vida y menos con su capacidad para luchar contra las adversidades. Esa misma bala que le afectó dos vértebras dorsales y lo dejó en una silla de ruedas, hoy sigue alojada en su médula, pero no le ha quitado la fe de volver caminar en un corto plazo.
Atrás quedaron sus años dorados, cuando triunfó en telenovelas como Cristal, transmitida por RCTV en la década de los 80, donde interpretó al padre de la protagonista, o Cara Sucia, en Venevisión como contrafigura de Guillermo Dávila con quien se disputaba el amor de la protagonista Lucecita, interpretado por Sonya Smith.
García recuerda que a los dos hombres que lo interceptaron y le dispararon, les pidió que no le hicieran nada y éstos le prometieron que nada le pasaría. Pero uno de los hombres habló a través de un radio transmisor cuando lo tenían sometido en Parque Caiza, zona boscosa al este de Caracas donde frecuentemente ejecutan a tiros a personas. El hombre, luego de recibir instrucciones, se le paró en frente, le dijo que corriera y le pegó un disparo en el pecho. “Sentí que me habían empujado y caí al suelo; yo sabía que me habían disparado, pero no sentía dolor. Ellos se fueron y me dejaron allí tirado”.
El momento que vivía García era aterrador: con un disparo en el pecho, en medio de una zona montañosa, sin poder mover las piernas y bajo la oscuridad de la noche. Luego de algunos minutos se resignó a morir y le preguntó a Dios, por qué un final tan imprevisto. “Pensé una y otra vez, este es mi final, este es mi triste final”.
De pronto, observó unas sombras que se acercaban. No podía entender qué pasaba, pero pensó que nada peor podía ocurrirle esa noche, pues ya estaba agonizante en medio de la nada. Cuando las sombras se disiparon vio a cuatro personas. Eran indigentes de la zona. Le preguntaron qué hacía ahí. Le respondió que le habían disparado. Uno de los callejeros le ofreció un teléfono para que llamara a alguien. “Una de esas personas que eran como ángeles, me marcó el número de mi amiga Mildre Losada, una actriz de teatro, le conté todo y luego me desmayé. Ella llegó al sitio y me llevó al Seguro Social de Guarenas en un carro particular, luego llamó a mi hermano que estaba en Barquisimeto”.
Guillermo García, el hermano de Humberto, fue como su ángel guardián, al menos así lo considera él, porque estuvo pendiente de llevarlo a diversos centros de salud. Esa noche Humberto fue alcanzado por la sombra de la crisis hospitalaria y de inseguridad que reina en el país desde hace años. “Allí sólo me sacaron la sangre que tenía en un pulmón para que no me ahogara, por eso mi hermano me trasladó al hospital Domingo Luciani de El Llanito”.
Pero en El Llanito, los médicos le dijeron que no lo podían atender porque los asesinos no tardarían en entrar para rematarlo, como ocurre comúnmente con los tiroteados en la capital. De allí el hermano lo llevó a un centro privado, donde cobraron 6 mil bolívares sólo por examinarlo.
Al ver que los médicos no hacían mucho para salvarlo, Guillermo, desesperado, contrató una ambulancia y se lo trajo a Barquisimeto. “Él me dice que fue un viaje duro, por los brincos de la ambulancia ante los huecos pero lo soporté. Estuve inconsciente todo el recorrido. Cuando me estaban ingresando a la clínica desperté por unos segundos y escuché que me decían: Todo va a salir bien, vamos a estar juntos y te vas a salvar. Luego caí en coma y no supe más nada por 45 días.
Cuando despertó, no era el mismo hombre que salía rozagante en televisión. Estaba postrado en una cama. No podía mover las piernas. Su cadera estaba dura y no podía moverse. Los médicos, luego de una larga operación, habían curado los daños que el proyectil ocasionó en los pulmones y el abdomen.
Desde entonces las noches fueron largas y de dolor. Despertaba de madrugada porque no soportaba la molestia en la cadera. Las grandes cantidades de morfina que le inyectaba le calmaban el dolor pero se trataba de un leve y pasajero alivio que no curaba nada.
Luego de varios meses de rehabilitaciones en Cuba y en Venezuela, comenzó a mover las piernas otra vez. “Nuevamente sentí que mi vida comenzaba a vibrar; fueron meses de mucho dolor, pero sin dejar de ejercitarme logré moverme después de año y medio del ataque”.
Los médicos que días después creyeron que no se salvaría, ahora se mostraban sorprendidos y le decían que sí caminaría. Seis meses más tarde comenzó a pararse sobre la andadera paralela y dio sus primeros pasos. “Sufrí mucho al principio, pero me estoy recuperando y sé que voy a caminar nuevamente. Esto me cambió la vida; me enseñó que hay cosas que parecen tan insignificantes y al mismo tiempo tan importantes, como caminar, ejercitarse o correr. A veces veo personas que están completas y su actitud ante la vida es de tristeza y desánimo y les digo que son muy afortunados porque tienen todo lo que necesitan para ser felices”.
Actualmente Humberto luce saludable. Aunque se mueve en una silla de ruedas, se ve que está cuidado. Su rostro se ve saludable, anda afeitado, viste camisa a cuadros blancos con negro, pantalón casual azul y sandalias de cuero negras.
Da su número telefónico (04141201893) para que las personas que quieran ayudarle lo contacten. Está internado en una casa de rehabilitación ubicada en la carrera 25, entre calles 12 y 13, número 1238. Dice que actualmente debe consumir medicinas costosas y no tiene cómo comprarlas. Dice que el padre Chulalo lo ha ayudado y desde La Casa del Artista le han dado donaciones, pero no son constantes. A las autoridades les pide que lo ayuden, que lo pensionen como discapacitado, para poder costear los gastos y lograr su mayor meta en la vida: volver a caminar.
Víctima del hampa y crisis hospitalaria
La noche del 14 de noviembre de 2008, Humberto García salió del Centro Comercial Sambil en Chacao. Conducía su carro por la avenida Libertador, donde está ubicado el mall. Se detuvo ante la luz roja del semáforo peatonal, que le daba el paso a los transeúntes que salen y entran al centro de compras. Mientras esperaba que cambiara la señal, dos hombres se le pararon a los lados del carro y lo apuntaron para someterlo. “Yo quedé sorprendido, no hice nada y uno de ellos me dijo que no intentara hacer nada. Debí tirarme del carro y correr, pero no lo hice y ellos subieron”.
Ante la oscuridad de la noche y desespero de los peatones que con afán cruzaban el semáforo para ir a la estación del metro que queda a unos 800 metros del sitio, nadie vio nada. Los hombres se montaron, uno en el asiento de copiloto y el otro en el de detrás.Le ordenaron que arrancara y se movilizaron un kilómetro, aproximadamente, en dirección oeste, hasta llegar a la torre Exxa, donde encontraron un retorno y le exigieron que diera la vuelta en “U” y condujera hacia la autopista Francisco Fajardo.
Los hombres le gritaban que no hiciera nada o lo matarían. García, lleno de impotencia, pensaba que algo malo estaba por sucederle, pero trataba de mantener la calma para no acabar con la paciencia de los hombres. “No me vayan a robar el carro, porque este es mi medio para movilizarme; es como si me quitaran la vida”, suplicó García, pero los hombres, iracundos, le ordenaron que parara el carro. Lo obligaron a sentarse detrás y se dirigieron por la Cota Mil, vía expresa que bordea a Caracas por el norte, a un lado de El Ávila.
Por allí, a toda velocidad y cambiando de un canal a otro para rebasar a otros conductores, llegaron hasta Petare y tomaron la carretera a Guarenas, a la altura de Parque Caiza se desviaron y rodaron unos cinco minutos, hasta que se detuvieron en un lugar solitario y boscoso donde le dispararon, le robaron el carro, celular y dinero en efectivo.