#Opinión: Presencia del deporte Por: Otto Acosta

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El deporte entró a Venezuela a finales del siglo antepasado, traído por gentes de otros países o por venezolanos que viajaban y adquirían conocimientos de novedosos ejercicios físicos practicados en el exterior. Pronto la actividad deportiva, en particular una que se juega con bases, bates y pelotas, llegó a las masas populares. Y se extendió por todo el país tras el triunfo criollo en la IV Serie Mundial de Béisbol Amateur en La Habana, Cuba, el año 1941. Así, aquel equipo campeón fue recibido en La Guaira mediante la presencia de la más grande manifestación pública de un pueblo orgulloso de sus héroes.
Otra muestra de afecto popular hacia el deporte fue el recibimiento a los campeones de boxeo amateur, ganadores de 5 medallas de oro y 1 de bronce en el II Mundial Cinturón de Diamantes, realizado en México el año 1958. Una multitud de corazones y manos juntaron sus emociones para aplaudir esa nueva hazaña deportiva que también el pueblo sentía propia porque eran hijos suyos los protagonistas: Ricardo Salas, Carlos “Morocho” Hernández, Félix Liendo, Enrique Tovar, Fidel Odremán y Armando Blanco, sencilla juventud vencedora.
Diez años después el país vibró nuevamente de alegría cuando otro hijo de pueblo, el boxeador Francisco “Morochito” Rodríguez, ganó en los Juegos Olímpicos México 1968 la primera medalla de oro para Venezuela en la historia de esas olimpiadas mundiales, regalo de humildad y aliento del deporte popular. Era un triunfo que la gente festejaba jubilosa, sin enfoques mediáticos ni ataduras politiqueras.
En fechas posteriores vendrían otras victorias merecedoras del contento popular, tales como la clasificación de la selección de baloncesto a los Juegos Olímpicos Barcelona 1992, el ascenso del combinado de fútbol en la Copa América 2011, la medalla de oro olímpica en Londres ganada por el esgrimista Rubén Limardo y el reciente juego perfecto de Félix Hernández en el béisbol de las Grandes Ligas. En todas, el pueblo ha sabido valorar la voluntariosa actuación del deporte, merecedor de una sincera y eficaz política de atención a las bases de comunidades que con esfuerzo han promovido el hábito deportivo, sonrientes al ver triunfar sus iniciativas en escenarios internacionales.
En tal sentido, tenemos que lo más importante del deporte debe ser su función social, lo provechoso de su uso como instrumento en la formación de la juventud, con mayor énfasis cuando ésta vive cerca del peligro en espacios de ocio, malos ejemplos y vicios. Frente a esta realidad, la obligación del Estado en su rol de ente gobernante es darle a la actividad física y mental suficiente apoyo, soporte que no representa un gasto, sino una inversión.
Así, a manera de prevención, deben invertirse altos presupuestos en el deporte, crear centros de educación deportiva, recreación y cultura en todos los barrios y urbanizaciones, con buena infraestructura y calificado personal, incluyendo la pauta del trabajo social que atienda a la familia de los niños y adolescentes participantes del programa. Eso daría buenos resultados, mejores que esa abultada burocracia de muchas oficinas y poco rendimiento.
Entonces el Gobierno a través del deporte debe asignarse la prioridad de un vigoro plan para formar buenos ciudadanos, sanos de cuerpo y mente, respetuosos a la letra de reglas y normas que guía el ejercicio atlético. Eso sería la más valiosa medalla alcanzada, superior a otras que se puedan ganar en el ámbito competitivo. El pueblo sentiría mayor satisfacción y los gobernantes no tendrían necesidad de mezclar sus intereses políticos con eventuales éxitos deportivos.

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