#Opinión: Saúl Gutiérrez Por: Federico González Daboin

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Murió Saúl; se fue el hermano, el amigo, el socio de la vida verde…
Saúl y yo disfrutamos de una infancia llena de terrenos y montanas aledañas al Prados del Este que nos crió, donde, en nuestras excursiones, conseguíamos serpientes, sapos, ranas, rabipelados, murciélagos y otros animales que capturábamos y cuidábamos,  para luego soltarlos.
Nuestro primer “serpentario” fue una jaula que nos hizo mi papa –1975- desde el taller de Produvisa, donde nos obligaron a mantener nuestros ofidios en el techo de la casa para evitar “inconvenientes”.
Con los años Saúl, fiel a su vida,  a sus creencias y a su amor por la naturaleza, decidió estudiar Biología en la USB. Se especializó en cocodrilos y piscicultura. Trabajó y se esforzó –para mí prematuramente- en un ámbito que siempre nos llevó a discusiones amargas: Proteínas piscícolas baratas para la gente; hacer fincas de peces por toda Venezuela y utilizar los recursos naturales para producir alimentos. En esto Saúl perdió tiempo y dinero. En vez de hacer un postgrado en Estados Unidos invirtió esa plata en Falcón para criar lisas.  Su intención fue de avanzada,  visionaria pero no comprendida y no a tiempo.
Desde 1997 hablamos de trabajar con la concesión del Terrario del Parque del Este para, desde allí, proyectar y educar una idea conservacionista, ecológica, verde, donde hacer ver a todos la importancia de nuestro ambiente, de la conservación y de la sostenibilidad del mundo para que todos compartamos y disfrutemos en común. Sobre todo un esfuerzo educativo y participativo, enfocado hacia los niños a través de los reptiles.
Desde el terrario Saúl proyecto más de lo que –en principio- pensábamos hacer; agarro la idea para sí y se involucro en docenas de proyectos de conservación, de naturaleza, de vida. Se tomo todo a pecho; se metió a fondo con la gente, con la naturaleza y con la familia. No solo la suya sino la de todos quienes le rodeamos. Ejemplo de dignidad, de valor perseverante y de principios altruistas.
Con sus amigos conservacionistas formó lo que cariñosamente yo le llamaba su “tribu”: El Dr. Pedro Trebbau, Charles Brewer, Carlos Rivero Blanco, Salvador Boher, Eduardo Sceplasky, Alberto Blanco, Luis Rivas Larrazábal, el Hermano Hoyos, David Attenborough, Tony Suarez, Juan Sanz, Carlos Arrechedera, Ernesto Boede,  Eugenio de Bellard,  Luis Fernando Navarrete, Alexis Rodríguez, Matías Reyes, Gustavo Rodríguez, Álvaro Velazco, Rexford Lord, Francisco Álvarez, el fallecido Dr. González Sponga, los dueños de los hatos quienes lo apoyaron en el desarrollo y manejo la cría de chigüires, caimanes y tortugas, el personal del terrario,  la directiva de Inparques, FUNPZA, Profauna, los guías ambientales  y estoy seguro que muchos otros amigos que por mi mala memoria y lo inesperado de su muerte no menciono en este articulo. A todos los apreciaba por igual.
Lo importante de su trabajo en la conservación fue que Saúl siempre pidió que se “remara hacia adelante”, que se buscaran los puntos de encuentro y que se trabajara positivamente hacia una meta común. Fue impetuoso, enérgico, emprendedor, pujante;  nunca desmayo en lo que consideraba el deber ser de la conservación. Siempre dejo de lado egoísmos, personalismos y visiones rígidas para buscar un mejor futuro para nuestra patria. Sus proyectos se convirtieron en realidades palpables; de allí lo valioso de su obra.
Gracias por tu noble esfuerzo: Desde el Terrario te dedicabas por igual a buscar una serpiente en Fuerte Tiuna como a atender a una señora mayor que vio una lombriz más grande de lo normal en su jardín.  Todos éramos importantes para ti.
Querido hermano: Vayan hasta ti los cantíos de las garzas del Matiyure al amanecer, las huellas de los caimanes y  caimanas en la arena de los ríos de Hato Cedral; la mirada de los chigüires en la sabana cuando se pone el Sol, los babos morichaleros  a orillas del Canjilones,  la felicidad de los miles de tortuguillos Arrau que liberaste en el Orinoco; los pavones de Rio Negro y sus caños con tu sonrisa al liberarlos, los sapitos venenosos de Bolívar, la ruta de Humboldt  por  Venezuela, el relámpago del Catatumbo,  el rescate de los nidos de tortugas de mar en Oritapo y Chirimena. Y nos dejaste pendiente tu proyecto del caimán de la costa entre Higuerote y Laguna de Tacarigua, en el que recién empezabas a trabajar.
Que te lleven al mas allá Hermes y Esculapio,  acompañados de sus serpientes y te escolten los   alcaravanes sabaneros; que cabalgues sobre el lomo de un venado blanco llevando al oriente eterno una legión de los animales que siempre protegiste.
Ahora nos dejas  un compromiso inevitable, un legado difícil de igualar, una responsabilidad obligada y sentida hacia nuestros semejantes, hacia nuestro país y hacia un mundo que debe buscar el balance para que todos podamos vivir en armonía.

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