LECTURA
No crea que las palabras están en un tobogán, que suben y bajan. Sin embargo, el título así parece sugerirlo. Pero como hay que darle curso a la crónica, entonces vayamos a aclarar la turbidez del párrafo y la que pueda engendrar la crónica en general.
La palabra es propiedad del hablante, no porque la haya comprado, sino porque en ese acomodarse social de la gente, los hablantes necesariamente se las reparten. Las palabras tienen una propiedad única que hasta el ave Fénix la hubiera deseado para sí. Y es que siendo únicas, limitadas y finitas se multiplican en ene cantidades en el número de usuarios de una lengua. De manera que el reparto obedece a lo que se nombra como “posibilidades”, que es como decir que en el reparto para su uso priva el refrán de que “el que tiene más saliva traga más harina” o “pájarobravismo”. Que como se sabe se fundamenta en la distribución de la riqueza entre los miembros de un pueblo. Por lo tanto hay quienes por sus “posibilidades” pueden hacerse de un gran número de ellas; suficientes como para manejarse en ese estado de pájarobravismo y vivir, como se dice, a sus anchas en la rebatiña de apropiarse de la realidad. Hay otro grupo que sin “posibilidades”, puesto el ojo, pero el ojo nada más, en el pájarobravismo hacen sacrificios sobre humanos para que en la rebatiña de la distribución puedan obtener una buena parte de palabras. Las necesarias para hacerse una clara visión intelectual que le permite el incontaminado hablar y en la redacción producir buenos contenidos de textos.
Un tercer grupo de seres humanos a los cuales las “posibilidades” nunca los alcanza, porque de antemano, desde que nos hacemos conciencia, la sociedad los destina, desde sus mismos inicios apertenecer a esclavos, siervos de la gleba, jornalero, peón, pico y pala, obrero y, en resumen, trabajador. De modo que para esta gente sin posibilidades de que se abran condiciones para las oportunidades, lógicamente no puede haber pájarobravismo en la rebatiña de la distribución de las palabras.porlo tantoles toca la peor parte; apenas si consiguen apoderarse de una minúscula cantidad de términos. Para ellos, esta escuálida cantidad es el escudo que anteponen ante los demás para defenderse con su manejo. Su uso, pues, es la barrera de todo lo que inverosímilmente les censura. Las palabras del trabajador se agrupan en “dialectos”y se las acusa de vulgarismos. Estas calificaciones tienen tradición porque desde la Edad Media al latín que hablaba el pueblo se le denominó “latín vulgar” y a las palabras en particular vulgarismos. De aquí que los trabajadores se hayan ganado en general ser vulgo. Vulgo porque, a decir de la gente, no hablan bien y por tanto deben conformar el grupo de trabajo o trabajadores. Los que hablaron el latín clásico gozaban, como hoy, de las posibilidades y formaron la casta de los pajarobravistas. Nadie se lo esperaba, pero un cisma acabó con todo menos con las posibilidades y el pajarobravismo. Desmembrado el Imperio y su idioma el latín clásico, el latín vulgar, ese que hablaba el vulgo se consolidó en las lenguas romances y el vulgo hizo muy suyas su pequeña tajada de palabras. Aquel idioma de las posibilidades y del pájarobravismo, como la Torre de Babel, se confundió en tantos idiomas como pueblos nacientes. No sabemos cuál fue el error de uso que produjo esta doble catástrofe, aunque la historia cree saberlo. En la actualidad se ha dado un sacudón que nadie ha sentido, pero que las voces del vulgo subieron, sin saber cómo, a los labios de los tres sectores; hecha práctica en todas las voces se ha generalizado. Descubran ustedes él por qué del título de la crónica.