ESTOY DE LUTO, PERO CON ESPERANZA por Asdrúbal Aguiar

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Ya no se trata, únicamente, de los muertos diarios y de cada fin de semana, en cada mes del año y a lo largo de todos los años que lleva el color rojo de la revolución vistiendo a Venezuela.

Las cifras objetivas refierenque en 2011 son víctimas de homicidio unos 19.336 venezolanos. Desde 1999 fallecen por obra del desbordamiento criminal unos 155.476 hijos de la patria. Durante un período igual de largo la cruenta guerra civil de El Salvador deja a la vera menos de la mitad de dicha cifra y la guerra dantesca contra la droga, en México,provoca un tercio de los muertos que el espíritu de la muerte se lleva de entre nosotros.

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Lo doloroso y esencial es que a las madres, las viudas y los hijos de quienes caen bajo las balas asesinas, se les secan las lágrimas y apenas anidan rabia e impotencia por huérfanas de toda solidaridad. Es como si al país se le hubiese muerto el alma.

Ayer,en la cárcel de Yare son asesinadas 25 personas y 43 resultan heridas, entre éstas 14 familiares de reclusos. Y a la ministro del ramo le resulta suficiente decir que “no hay ningún familiar herido de gravedad”. Hemos de contentarnos, por ende, ya que algunos no están tan graves y se salvaron de la crueldad asesina.

Meses atrás, en la Cárcel de El Rodeo, hacinada como la de Yare y más hacinada todavía desde cuando la ministro en cuestión cierra La Planta por hacinada y suma sus presos a los presos de dichos centros penitenciarios, mueren a manos de sus“Pranes”  – capos de prisión – 19 reclusos y más de 22 resultan heridos. La expresión oficial no pierde su tono: “no hay heridos graves”.

Lo único que rompe el cuadro de fatalidad es la negociación, el armisticio que llega bajo el liderazgo del Comandante Presidente y su segundón, el Teniente Cabello. Conversan con el crimen y hacen gala de la comprensión que niegan a las víctimas y al mismo país, ahítasde alcanzar sosiego y obtener reparaciones en el dolor.

Estás líneas las escribo bajo el hedor presente delos cadáveres calcinados en Amuay. Son 24 los fallecidos y 82 los heridos. El bobalicón del otro ministro del ramo, inerme, murmura: “No hay riesgo de una nueva explosión”.

En un país normal, con un gobierno sensible al dolor, lo primero es lo primero ¡carajo! Pero la palabra de conmiseración – si se quiere y les basta – no se escucha. En otra realidad, menos urgida de dilemas revolucionarios y épicos, de guerras y armas que a diario se distribuyen y esgrimen las milicias oficiales para desafiar a sus enemigos imaginarios, lo pertinente es que ante cada hecho luctuoso nacional el Presidente se dirija – aquí sí y en cadena – a sus compatriotas. Les expresesus sentimientos por lo ocurrido, y haga llegar a las familias de las víctimas su pésame. Luego, como corresponde, ha de venir el anuncio inmediato de las medidas pertinentes.

Así las cosas, uno llega a la conclusión de que contamos con un gobierno funerario y un mandatario Tunkuluchú. Se asemejan al ave misteriosa mexicana, suerte de búho, que anda sola y vive entre ruinas, y hace temblar al maya con su canto pues todos saben que anuncia la muerte.

Ello viene al caso, pues hago vuelvo la mirada hacia el 4 de febrero de 1992, cuando parte de los venezolanos celebran el alzamiento del hoy Comandante Presidente pero sin prevenir en el costo de vidas que significó. Y en otro ángulo me llega la imagen, menos atendida, del presidente de la República, quien viste de negro y ofrece su pésame a las viudas e hijos llorosos de los caídos.

Hago la historia corta, pues la comparación es necesaria. Luego de los muertos de la Masacre de Miraflores, el 11 de abril de 2002, el mensaje presidencial tiene otro sesgo. Sejustifica a la muerte, por inevitable en la revolución. Se trata, entonces, de la voz de un soldado para quien la vida nada vale salvo la suya, que cuida con esmero especial. Y sus lágrimas brotan, fingidas, para hablar de su muerte y el dolor que puede causar a sus compatriotas.

Hoy pienso, nostálgico, en el “llanero solidario”, título del libro de Ramón Guillermo Aveledo. Luis Herrera, ante la tragedia de Tacoa, tan grave o más grave que la de Amuay, hace un alto en la vida de los venezolanos. Nos invita a vestir de luto. Las banderas se izan a media asta en todo el territorio. El Cardenal Lebrún preside las exequias, y a la par, el propio mandatario nombra una comisión imparcial y de alto nivel técnico para que le ofrezca a Venezuela y no solo a él las explicaciones de lo ocurrido.

La muerte, en todo caso, a quienes la tememos, nos hace mirar hacia el horizonte, que es la patria común de todos. Nos sitúa en las orillas de la esperanza. Paz a las almas de nuestros hermanos fallecidos.

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