EDITORIAL: El dolor de un país

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Venezuela está de luto. Es el dolor sentido de una nación que acaba de perder en el horror del incendio de Amuay a más de 41 de sus hijos, sin contar los heridos y la angustia de cientos de familiares que miran el cielo de la noche eterna de la refinería y se preguntan cuándo volverán a vivir sin miedo.

EL IMPULSO se une a este dolor porque es nuestro dolor. La tragedia hermana a todos por encima de cualquier diferencia y nos obliga a ser solidarios pero también reflexivos.

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Iván Freites, secretario general del Sindicato de Trabajadores del Petróleo del estado Falcón, explica que advirtieron sobre el riesgo de una explosión,  «y nos dijeron alarmistas. Desde hace tres días se había detectado un escape de gas que no fue atendido y los gerentes estaban pendientes del simulacro de las elecciones antes que de sus funciones», expuso con sobrada razón.

Froilán Barrios,  dirigente sindical, sostuvo que los trabajadores petroleros de Paraguaná advirtieron sobre la falta de mantenimiento en las instalaciones de la refinería, por lo cual la tragedia de Amuay sembró luto pero no asombro en quienes hace rato denunciaban (sin ser escuchados), lo que podría ocurrir y en efecto pasó: el infierno vivido por militares y civiles en una madrugada trágica, difícil de olvidar en largo tiempo.

A esta realidad se suman otros hechos imposibles de ignorar en la agenda pública: el desastre vial descubierto en su crudeza por efecto de las últimas lluvias y el mandato abierto de los «pranes» o líderes negativos en las cárceles venezolanas.

Los fenómenos naturales, podrá argumentar cualquier vocero oficialista, escapan de la planificación de la gestión pública. Es cierto, como también es verdad innegable que puentes y vías venezolanas son un escándalo vergonzoso en un país que se da el lujo de regalar petróleo, mientras aquí, en cualquier pueblo o ciudad, manejar es ya un acto de suicidas por el desfile de huecos, troneras y puentes a punta de precipicio.

El tema carcelario, una vez más, vuelve a ser noticia de primera página cuando se conoce la exigencia de los pranes de «canjear visitantes secuestrados» en Uribana por presos larenses detenidos en otras cárceles del país o hacinados en los calabozos, dando, irónica respuesta, a una petición de los familiares y autoridades policiales, en cuyos comandos ya no cabía ni un preso más. En la Venezuela de los posibles, los  «líderes negativos» consiguieron lo que no logró ni el gobernador, ni comisarios, ni ministra, con lo cual  se reafirma frase repetida hasta la saciedad: «En las cárceles venezolanas mandan los pranes», los mismos que imponen los coliseos o la pena de muerte a cientos de presos, cuyas madres lloran por la impotencia de la pérdida de derechos fundamentales apenas colocar un pie en cualquier prisión venezolana, purgatorio para culpables e inocentes, quienes muchas veces esperan una sentencia firme que nunca llega. Antes, se les adelanta la muerte si un pran así lo decide.

Hemos vivido una semana de tragedia. Un agosto en nada parecido a su estampa de alegre viajero por ser el mes de las vacaciones y el esparcimiento.

Hoy estamos de luto. La gente de Falcón nos necesita. También quienes quedaron damnificados por la crecida de quebradas y la caída de los puentes.

Como siempre lo ha hecho el  venezolano, expresemos lo mejor de nuestra solidaridad y aliento con quienes ahora nada tienen.

Pero también es obligante aclarar los hechos. Y no se trata de «politizar»  la tragedia.  Es pedir cuentas a quienes están en el poder por mandato del pueblo. La justicia, si jamás llega, de nada sirve. Si cumple, es sanadora y alivia ese dolor que hoy es grande en la patria venezolana.

 

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