Luego de la pérdida de su esposo, en octubre del 2011, la cantante Liz se retiró de los escenarios por un buen tiempo. Ahora regresa repotenciada con un nuevo espectáculo que se pasea por los temas que la han colocado como una de las merengueras venezolanas más exitosas de los últimos años.
Actualmente está sonando en las emisoras nacionales con el tema No sé cómo pasó, que forma parte de su más reciente producción discográfica Lo mejor de Liz, que recoge las letras más bailadas de su carrera artística, una placa musical que se mantiene en el primer lugar del record report.
Con este trabajo regresa a los escenarios, no sólo de su país, sino del extranjero, al estar de gira por Colombia, República Dominicana y Panamá. Para sus periplos, la cantante ha confesado que es imprescindible tener en sus camerinos mucha agua, pétalos de rosa y una botella de champagne para brindar por los buenos augurios.
Show y vestuarios
Para la fémina de un metro 76 centímetros de estatura deslumbrar con su espectáculo es primordial. No sólo con las coreografías y los fuegos artificiales, sino con sus llamativos atuendos, aspecto que la ha caracterizado siempre.
Se confiesa amante de la ropa, pero no de cualquiera, sino de sus diseñadores de cabecera: Roberto Cavalli, Gucci, Dolce & Gabanna, entre otros.
-¿Es esclava de la moda?
-No diría eso, pero me gusta verme bien. Me compro mis revista ¡Hola! para revisar las últimas tendencias. Hace poco estuve en una farmacia y una señora me detuvo y me dijo: ‘Me encantan los Dior que llevas puestos’. Me quedé loca, porque los zapatos apenas se me veían y ella se percató de que eran de la casa Dior. ‘¡Qué vista!’, le dije, y me respondió: ‘Apenas los vi, supe que eran auténticos’.
-¿Cuántos cambios tienes en escena?
-Por lo menos cuatro. La gente siempre está a la expectativa de lo que voy a llevar puesto, sobre todo, de mis botas y mis corsés, que son Roberto Cavalli. Como Madonna, creo en la variedad dentro del espectáculo.
Su infancia
La merenguera proviene de una familia de artistas donde siempre predomina la música y la cultura. Su padre, Román Fréitez, formó parte de los Violines de Tintorero y su mamá, María Antonia de Fréitez, siempre fue ama de casa. “Cuando se casaron compraron un terrenito en Crucito, en San Felipe. Tuvieron siete hembras y dos varones. Soy la menor de las chicas y la consentida”, acotó.
Admite haber sido mala estudiante. Desde que tenía cinco años se escapaba de las aulas para inscribirse en funciones de canto. Es la única en su familia que no toca un instrumento, aunque le hubiese gustado aprender piano y guitarra.
Ganó el Festival Nacional Folclórico Infantil Cantaclaro, la Voz Yaracuyana, el Festival Colegial y la Voz Liceísta de la región. “Siempre fui el primer chicharrón en las funciones. Los organizadores me decían: ‘¡otra vez tú!'(risas). Quedaba mal cuando me escogían como reina porque prefería irme a los casting musicales. Gané la Voz Yaracuyana con La tonada de Simón de Alí Primera. Reynaldo Armas era jurado y me felicitó. Fue emocionante”.
Luego cantó en la orquesta La Inmensa, hasta que el Maestro Renato Capriles le pidió que se uniera a Los Melódicos. Recibió la noticia el día de su cumpleaños. La voluptuosa muchacha de 15 años se adueñó de las fiestas del país en la década de los 90 con canciones como Bailando lambada, Mi corazón, Sabrosita, Suavecito, entre otras.
Foto: Cortesía Carlos Márquez