#opinion: Un cuento de carnaval en agosto… por: Carolina Jaimes Branger

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Había una vez un país remoto en el que ocurrían las cosas más
insólitas. Cosas que no pasaban o que pasaban muy de cuando en vez en
otros lugares, en aquel país eran usuales, frecuentes y parte de la
cotidianidad.

Los habitantes se habían acostumbrado a las tragedias, los exabruptos,
los abusos, las mentiras, las componendas, la hipocresía, la
desfachatez, el caradurismo, el maniqueísmo y tantas otras situaciones
similares, que nada les sorprendía. No les sorprendía, por ejemplo, la
cantidad de conspiraciones abortadas, intentos de magnicidio
descubiertos, golpes de estado frustrados ni cualquier otra acción
desestabilizadora… estaban ocupados en sobrevivir… Pero un día ocurrió
algo que sorprendió a todos:  apareció un extraño hombre.

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Corrió toda suerte de versiones: unas decían que había llegado en un
platillo volador procedente de Ganímedes. Otras hablan de que el
platillo no venía de Ganímedes, sino de otro satélite… de la antigua
Unión Soviética. Pero la verdadera versión era la más pedestre: vino
en un autobús que atravesaba la frontera con el país vecino… Pero de
que era extraño, era extraño…

Los policías, que habían visto lo que tenían que ver y ya estaban de
vuelta de todo en la vida, se mostraron extrañamente intrigados por
él. Tenía algo que no cuadraba, pero no atinaban a dar con lo que era.
Por eso decidieron detenerlo, por aquello de “detener primero y
averiguar después”. ¿Era el traje? Un flux negro, camisa blanca y
corbata negra. Eso era sospechoso: nadie se ponía flux en aquel
calorón y menos un flux negro. Pero no era suficiente indicio. ¿Eran
los lentes? Hmmm, tal vez. Modelo aviador de Ray Ban. De esos que usan
los malucos en las películas… Bueeeeno, no era para tanto… unos
cuantos de sus superiores también los usaban. ¿Pero qué es estoooo?
¡Un carnet! Un carnet que dice “CIA”… Pero “CIA” es la abreviación de
“compañía”, eso solo significa que el señor trabaja para alguien.
Revisemos el morral. Que vista de flux y lleve morral es altamente
sospechoso. ¡Aquí está la prueba! ¡Un cuaderno! ¡Un cuaderno que dice
“MUD” en la primera página! ¿Qué es “MUD”? Uno de los agentes voló a
buscarlo en la computadora. “MUD” significa “barro” en inglés. ¡Ajá!
¡El idioma de las conspiraciones! ¡Este hombre es un conspirador! Pero
el sargento recordó que la pana golillera también hablaba inglés y
desecharon la hipótesis.

Ya la voz había llegado a las más altas autoridades, que –alarmadas-
exigieron trasladarlo hasta la capital. ¡Qué mortificación! ¿Quién
sería aquel sospechoso? Nunca habían tenido un caso así.
Definitivamente pasaría a los anales de la historia de las
investigaciones.

Llegó el más veterano funcionario de inteligencia. Preguntó si ya el
hombre había declarado. “No lo hemos interrogado, estamos recabando
evidencias”, respondieron los detectives. “Tráiganlo aunque no esté
preparado”, dijo.

Veinticinco agentes trajeron al hombre y lo rodearon, con gran
despliegue de seguridad.

“Habla ahora o calla para siempre”, le dijo el veterano.

“¿Que hable qué?” preguntó con voz nasal, chillona y con acento de
musiú. “¿Qué viniste a hacer aquí?… ¡confiesa!”… El hombre bostezó.
Un enorme y prolongado bostezo. “Nou sé. Fui a una fiesta de
disfrraces donde tomamos como locos… me monté en un autobús y me quedé
dorrmido… Me desperrté en la comisarría”.

El veterano se puso de pie: “¡He aquí la prueba que necesitábamos: no
hay fiestas de carnavales en agosto… deténganlo!”.

Se corrió la voz de que dada la gravedad del caso vendría hasta el
presidente. Los veinticinco agentes se volvieron un etcétera. Después
de una hora lograron llevar al hombre al calabozo.

El agente que hacía la ronda se acercó sigilosamente y le preguntó:

“¿De verdad estabas en una fiesta de disfraces?… ¿de qué estás disfrazado?”.

El misterioso hombre se sacudió el polvo de la chaqueta, sonrió y dijo:

“De merrcenarrio”…

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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