#Opinión: La pequeña casita en la pradera Por: Claudio Beuvrin

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La ciudad como tema

Hace miles de años el hombre a abandonar el campo para emigrar e instalarse en las primeras ciudades. El proceso ya casi terminó: la inmensa mayoría de la población vive en ciudades, algunas muy grandes. Pero la vida en la ciudad suele ser percibida como hostil y agresiva, hasta el punto que muchos manifiestan preferir vivir en una casita, con un jardín florido, muchos pajaritos y el viento rumoreando entre los arboles. Pero eso sí, con un buen vehículo y una autopista que los lleve rápidamente al trabajo, al lugar de estudio y a los grandes centros comerciales que suelen estar lejos.

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Ese sueño de vida suburbana se hizo realidad para muchos, pero a medida que más y más familias lo iban logrando, las que llegaban de ultimo tenían que ocupar los espacios mas alejados de sus trabajos en las áreas centrales de la ciudad, viéndose obligados a gastar mucho tiempo pendulando entre el lugar de residencia, el de trabajo y los servicios.

El sueño de millones se convirtió en una pesadilla para los urbanistas que ahora lidian con ciudades con una extensísima periferia de baja densidad responsable de la destrucción de millones de hectáreas agrícolas y de zonas boscosas y donde es casi imposible prestar servicios sociales a bajo costo y con un nivel adecuado, en particular el transporte: la dispersión de la población obliga a utilizar el automóvil, siempre mas caro, mas consumidor de energía y mas contaminante.

La casa suburbana se multiplicó no tanto por el deseo de vivir lejos del caos, del ruido, de la fealdad y la suciedad y la inseguridad que se dan con frecuencia en las ciudades, especialmente en las mal planificadas del tercer mundo. Esto ocurrió sobretodo porque el costo de la tierra disminuye a medida que aumenta la distancia al centro de la ciudad haciendo posible construir viviendas mas baratas. Es el caso de las poblaciones de Cabudare, la Piedad y los Rastrojos: un mar de casitas que en el momento resolvió el problema de la vivienda de muchos pero que hoy muestran sus limitaciones urbanísticas: insuficiente vialidad, pocos espacios recreacionales, de comercio, de educación y la necesidad del automóvil privado para ir a Barquisimeto en un tiempo razonable.

Ese sueño de la casita suburbana, lleva tiempo siendo objeto de fuertes críticas y se considera ya como un modelo inaceptable de ciudad, como un rezago del tiempo de los grandes automóviles, de la gasolina barata y mucho dinero para construir autopistas. Hoy ninguna ciudad que quiera llegar a ser sustentable –una de las palabras claves en los comienzos de esta nueva época de conciencia ambiental- puede planificarse con la visión de perpetuar esta manera de ocupar el suelo. Sobre el sueño de la casita ahora debe primar la necesidad de defender el ambiente: menos automóviles, más transporte masivos, más ciclovías, más servicios colectivos a distancias peatonales, mas espacios intensamente arborizados para caminar y encontrarnos, etc. Implica también el encontrar el modo de reforestar los espacios libres que aun quedan dentro de la ciudad existentes y los que puedan recuperarse, cambiar los usos contaminantes y agresivos predominantes en muchas de sus partes y tratar de construir espacios que, dentro de las ciudades, sean remansos de paz. Este es uno de los principales objetivos de las nuevas políticas urbanísticas de muchas ciudades.

La posibilidad de convertir las ciudades en lugares ecológicamente sustentables se refuerza con los cambios demográficos en los países desarrollados y que también se insinúa en los países subdesarrollados: la tendencia de la población a disminuir en número y aumentar en edad y que a largo plazo representa una disminución de las presiones sobre los recursos naturales pues los ancianos son menos consumistas. Menos población implica menos viviendas y la posibilidad de reconcentrar la población en los lugares centrales de las ciudades, recuperando la periferia para favorecer el verde.

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