Calle con usted, ciudadano

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Mejor dicho, ahora sí es verdad que se subió la gata a la batea. Cómo es eso de que el gobierno mande a la policía a impedir una marcha opositora autorizada, para que entrara a una histórica y populosa barriada caraqueña. O es que el fulano chavismo, con el permiso del CNE, ya se dividió el territorio de Venezuela entre lo que es suyo de ellos en propiedad electoral, social y protagónica, y el de los demás.

O sea que los barrios son de ellos y de allí no sale ni entra nadie vivo sin su venia, y santo y seña, de banqueros piratas. Ya habían dado un campanazo por el estilo pistolero en Cotiza, pero ahora, como andamos en campaña electoral y ellos tan respetuosos de la constitucionalidad, mandan más bien piquetes policiales en vez de malandros, que alguna diferencia han de tener, a impedir lo que en cualquier democracia sería pan comido.

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Porque es que no se entiende que a estas alturas del juego, después de trece años de repartidera de peroles vergatarios ya oxidados o en vías de, le tengan todavía culillo a una caminata zanahoria, dominguera, electoral, majunche y sifrina, por los lados del Valle. Más bien parece que le tuvieron miedo a la gente del barrio que salió a encontrarse con Capriles y que desean otro aire, nuevo amor y una fe. La policía se equivocó. Los mandaron fue a ponerse contra el barrio para que no se acercaran a quienes andan recorriendo el país, casa por casa, calle por calle, barrio por barrio, contagiando de espíritu democrático a la gente. Pero ese virus, como el zancudo, ya no come cuentos ni fronteras; ya entró en el torrente sanguíneo del venezolano.

Esa acción, la de impedir la libre circulación del aire, de las ideas, de los afectos, es lo que mejor retrata la condición chavista: estorbar, descontar libertad sin por ello provocar la desaparición pública y súbita del otro; administrar el miedo sin que llegue a ser terror; ser dictadura pero con constitución y chequera en mano. Porque si no es temor, es espanto el que tienen de que vayamos a encontrarnos con venezolanos con los que no tenemos ninguna diferencia sustancial: hablamos lo mismo, soñamos igual, padecemos idéntico.

O sea, que con esa acción intimidatoria no hicieron más que poner la cómica y mientras Capriles anda por la calle del medio, el gobierno se repliega al cuartel del miedo entre himnos, banderas de no sé ya cuántas estrellas, tanques de guerra y flux, que está a la vista el cuerpo no se los resiste. Estética de estíticos jugando a libertarios que se les nota el embuste que cargan por dentro para darse una imagen de recién salidos de la tintorería, sin pecado concebidos, inocentes palomas, que mientras más lo dicen, menos se los creemos, y por eso seguiremos en la calle de arriba, de abajo, oyéndole a la gente sus cuitas y esperanzas, sin llevar catecismos, álbum de barajitas para que reúnan héroes, mitos o alabanzas pagadas, ojala fuera, con espejitos conquistadores. Calle con usted ciudadano. La calle une. La calle salva. La calle cura.

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