En su libro La enfermedad del izquierdismo en el comunismo, Vladimir Illich “Lenin” realiza una radiografía sobre las mentalidades desviadas ideológicamente y centra su atención en aquellos dirigentes y líderes que se autodenominan de “izquierda”.
Desde su análisis Lenin advierte sobre los individuos que, valiéndose de una pseudo formación ideológico-política de avanzada, en su acción pervierten la razón última de todo proceso revolucionario de cambio hacia una conciencia de clase.
Son las denominadas mentalidades burguesas que asumen como suyo el protagonismo histórico del proletariado para mantener sus privilegios e instalarse como clase dominante del nuevo Estado.
En los procesos de cambios sociales se vive siempre una etapa donde estas mentalidades se hacen presente en actos que son más propagandísticos que de real cambio de actitud ante la vida y la sociedad.
Esto es lo que presenciamos en muchos de estos novatos dirigentes, quienes están descubriendo en el siglo XXI las tesis de Marx, Lenin, el anarquismo español y ruso, sin haber comenzado a leer ni menos reflexionar ni contrastar el ideario americanista de Sebastián Francisco de Miranda y Rodríguez, con su posición filosófica y política en la construcción de su Colombeia, ni tampoco la visión de un Estado pedagógico (anagógico) de Simón Rodríguez, ni la posición política de Andrés Bello en la afirmación del castellano “de” América, ni tampoco las reflexiones nacionalistas de Pío Tamayo o la visión descarnada del momento histórico vivido por nuestros antepasados más ilustres, como De Las Casas, Oviedo y Baños, Antonio Navarrete, López Méndez, en los siglos XVI, XII y XVIII.
Ciertamente que el enemigo más peligroso lo tiene este llamado “proceso” en sus propias filas, y se llama “ignorancia”. Esto es lo que llamo la mentalidad marginal hecha Estado.
El enemigo no está en la acera del frente, en las filas de la oposición. Está en el cerebro, en la mente de tanto funcionario de mentalidad marginal, enredado en la telaraña de un proceso, de una revolución y un socialismo que se mantiene gracias al alza petrolera.
Quien de entre los llamados revolucionarios de pacotilla afirme que está en el proceso, así, sin adjetivos, debe tenérsele por sospechoso. Esto porque proceso implica cualquier acto humano que conlleva ir de un punto a otro… como ir desde el cuarto al sanitario.
Por ello es imprescindible entender que en modo alguno esta etapa que vive la sociedad venezolana en su conjunto, es un socialismo o comunismo o anarquismo.
Es una fase inicial, muy modesta, atropellada y torpe, de cambio de un “estado de cosas” para establecer un sistema de relaciones entre la ciudadanía y el Estado, donde quizá se pueda fortalecer la sociedad en su base comunitaria, como herencia cultural, que permita la construcción de un modelo social municipalizado y con poderes locales compartidos. “Pero”, para lograr esto, debe necesariamente clarificarse y fortalecerse el sistema educativo nacional como práctica de la libertad democrática.
De lo contrario, seguiremos cayendo en el charco de la barbarie partidista y el chisme político doméstico, aguardando que los marginales de izquierda nos resuelvan la vida a su manera.