Los acontecimientos producen esa sensación y certeza. La violencia está contra la pared. A pesar de su agresividad, su horror, alevosía, chantaje y complicidad; se arrincona, se aísla y no encuentra eco en este pueblo que una vez los vio tal vez como necesarios. Hoy, más del 85 por ciento de la población desea ponerle un parao a la violencia, desean acabar para siempre con los tiempos de los caudillos militaristas que viven para ellos y para sus tropas. El discurso violento que se muestra intolerante desde las alturas del poder, intenta generar más violencia; pero por el contrario, lo que ha generado es rechazo a esa conducta oficialista. Mientras más gritan, más huye el pueblo de ellos. Por eso están perdiendo.
Cargan sobre sus espaldas el peso de más de 150 mil muertos de forma violenta en 13 años de mando, pero sin gobierno, porque mandan pero no gobiernan. Si gobernaran o si hubiesen gobernado, no estuviéramos escuchando los gemidos lastimosos de las viudas, los viudos y los huérfanos, vict imas del odio, del egoísmo y de la injusticia. Miles y miles de venezolanos llevamos luto porque en la arenga de imponer una lucha de clases, de pretender imponer un sistema político e ideológico sobre otro, alguien avivó la venganza implacable, para después mantener al delito sin delincuentes, haciéndolo llamar “ajuste de cuentas”, donde al parecer el culpable ya no existe, le permite burlarse de la ley y juega con la impunidad a favor de seguir haciendo lo que le de la gana.
Las cifras son realmente espeluznantes. Sentimos vergüenza frente al mundo y pena con la Patria. Muchos podríamos decir que no fuimos culpables de tanta desgracia, pero no es verdad. Algo no hicimos para que no fuese así, o fuimos indiferentes cuando deberíamos haber asumido nuestra responsabilidad, pero la madurez de nuestra conciencia hoy, nos permite expresar que en vez de confiar la solución de las contiendas humanas al irracional y bárbaro duelo de la fuerza ciega y homicida de las armas, fundemos un nuevo país por el camino de la paz, el trabajo, la educación y la prosperidad. Pidámosles a los nuevos líderes que sean severos en el nuevo gobierno, estrictos en el cumplimiento de la ley, pero pacíficos al gobernar.
En Venezuela más del 90 por ciento de sus habitantes somos cristianos. Somos un pueblo que no nacimos del odio, sino del amor. Al comienzo de nuestras vidas, tuvimos la primera víctima de la violencia: Abel. Caín, su hermano lo mató por envidia, porque a Dios le gustó más la gracia de Abel. Dios le reclamó, pero no le quitó la vida, lo dejó ir por el mundo, tuvo su descendencia, construyó pueblos, pero a la final Dios se arrepintió de haber creado al hombre por ser tan malo y perverso. Produjo el Diluvio y permitió a Noé que se salvara él y su familia y lo que pudo embarcar en la barca que le dijo que construyera. Después hizo una nueva alianza con el hombre y puso a Moisés para que ordenara su conducta y su comportamiento, pero el hombre tampoco hizo caso y entonces Moisés en protesta, partió la tabla de los mandamientos, donde se imponía el orden. A la final Dios envió a su Hijo y lo matamos, pero a pesar de ello, nos perdonó los pecados, nos libró de la muerte y nos dio vida eterna. Y antes de regresar a su Padre, nos dejó la siguiente enseñanza: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” Mt (22,39). Entonces, ¿por qué volver a la violencia? Si amamos a Dios como nos enseñó Jesús de Nazaret, debemos buscar el camino para la paz de nuestro pueblo y no continuar por el camino de la violencia. Esa será nuestra responsabilidad el 7 de octubre. Hay un camino.
Están perdiendo
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