Editorial: Las voces ciudadanas

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No es la primera vez que abordamos este tema. Probablemente quizá tampoco sea ésta la última.

El estado Lara está hundido en graves y prolongadas dificultades, sin que se deje sentir una voz profunda, robusta, capaz de recoger ese sentimiento, en primer término, y de orientar y sacudir, además, la conciencia colectiva, a objeto de exigir, sin demoras, una respuesta oficial.

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Los gremios, en sentido general, se han venido a menos. Apenas protegen, en algunos casos, parcial o esporádicamente, los intereses de sus miembros. La presencia de las ONG’s es, asimismo, tímida. No ha surgido una iniciativa que llene el vacío de la Fundación Sociedad Amigos de Barquisimeto liderada por ese prohombre que fue don Raúl Azparren, adalid de tantas memorables batallas urbanas. La UCLA está sitiada por su estrechez financiera y la pretensión de ahogarla. De las instituciones del Estado venezolano, ni se diga. Todas aparecen arrodilladas al poder, ajenas al clamor ciudadano. Es dramático observar, por ejemplo, cómo la Defensoría del Pueblo en lugar de hacer eso, defender al pueblo, se esmera en representar y convalidar las actuaciones del Gobierno. Los abusos, las flagrantes violaciones al ordenamiento legal.

Otro tanto ocurre con las organizaciones políticas. Los pleitos intestinos, las sempiternas aspiraciones a cargos de elección popular, parecieran agotarlos. Con sus honrosas excepciones, nuestros líderes políticos lucen desactualizados. La dirigencia partidista vegeta: ni muere ni se renueva. No se informan, no se preparan. Ni siquiera se les ve en las conferencias o talleres en los que se debate sobre temas fundamentales. Son los primeros en hacerles el vacío a los oradores invitados. Cuando opinan, con frecuencia deslizan sus menguadas percepciones. Asumen tesis que sólo dominan superficialmente, sin más hondura que la frase hecha, el lugar común, el grito destemplado. Las apariciones, casi siempre mediáticas, no son la continuidad de un trabajo sostenido. Al menos los larenses no lo perciben así. Esto ocurre incluso con los candidatos electos en primarias y también, con los diputados en ejercicio. No ondean ninguna bandera social, y está bien claro que por falta de problemas acuciantes no es.

Ahí está el patético cuadro de la inseguridad. La vida en casi todos los municipios de Lara se ha vuelto asfixiante. Salir a las calles, a cualquier hora, equivale a una aventura, un acto de heroísmo. El enfrentamiento entre los organismos públicos regionales y nacionales deja su horrenda secuela. Ahí están las obras paralizadas. El penoso deterioro de la infraestructura. Lo mal que funcionan los servicios básicos. La congelación del sistema de transporte masivo Transbarca, envuelto en un escándalo interminable. La severa crisis del Hospital Central. El misterio que rodea al caro proyecto hidráulico Yacambú. La alarma encendida por el hecho de conocer que Hidrolara está «de manos atadas» cuando la aducción de aguas blancas y de aguas negras en la ciudad colapsa, y nadie aclara qué podrá pasar cuando esas viejas e insuficientes tuberías de ahora reciban la presión de los 5.000 litros de agua por segundo que aportará, algún día, la presa de Yacambú.

En ese ambiente de silencio, de insensibilidad predominante, es de aplaudir, como en efecto lo hacemos desde aquí, la campaña que ha emprendido una nueva asociación civil, Barquisimeto Actívate, a favor de la canalización de la quebrada La Ruezga, esa inmensa cloaca abierta de 40 kilómetros que atraviesa la ciudad. Igualmente reconocemos la labor que, a pesar de los acosos que sufren en el país los defensores de los derechos humanos, ha decidido desarrollar el Comité de Víctimas contra la Impunidad del estado Lara (Covicil).

Dos ejemplos de que sí se puede trabajar en beneficio de los demás. Los obstáculos jamás superarán la satisfacción de alcanzar un logro tendente a satisfacer una aspiración colectiva. Es el camino verdadero de la redención social, que siempre estará plagado de espinas, pero también de gratificantes laureles.

 

 

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