Es posible aspirar al “orden desde la democracia”, o de manera más simple al respeto de las reglas de juego, y a las sanciones adecuadas y oportunas en caso de no respetarse las mismas.
Esto implica severidad, que no necesariamente significa autoritarismo o abuso de poder. Se trata, al final de cuentas, de entender que en cualquier sociedad, en la que confluyen un sinnúmero de personas, cada una con sus intereses legítimos, el conflicto es natural y el mismo solo puede sobrellevarse a través del respeto al otro y, tal vez más importante aún, por medio de aceptar algunas reglas de convivencia y cumplirlas.
Más allá de las distintas concepciones de la naturaleza bondadosa o no del hombre, el mundo moderno visualizó en el Estado el responsable de hacer cumplir estas reglas de juego. Tarea por lo demás impopular. Así pues, es el Estado, a través del Gobierno en sus distintos ámbitos, el responsable de intervenir cuando la convivencia entre los ciudadanos no fluye de manera positiva.
Lamentablemente en nuestro país hemos sido testigos, tal vez sin darnos cuenta, del debilitamiento del Estado. Oculto tras un velo de “militarismo”, y uno que otro discurso encendido, en términos generales las reglas han dejado de cumplirse y el caos se ha convertido en la forma de interacción social dominante. Basta ver la “libertad” con la que los conductores transgreden las normas de tránsito, con la que se “trancan” las vías públicas, o el crecimiento desmedido de la violencia (delictiva y ciudadana), además de la impunidad, para percatarse de un Estado débil.
En un escenario como el anterior todo aquello que de señales de tratar de poner un poco de orden genera revuelo. Seguramente en la mayoría de las personas genera sorpresa, a la vez de satisfacción, mientras que por otro lado en una pequeña parte de la población probablemente genere rechazo. Pero más allá de la “opinión pública”, es en estos momentos y con estas decisiones en las que un Estado, o un Gobierno, demuestran capacidad de asumir sus tareas de manera coherente y seguros de estar cumpliendo con su deber.
Orden y Progreso (II)
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