Finalizando la década de los’70, escuché por vez primer la palabra ‘milico’. Era un inmigrante, un jovencito uruguayo quien, añorando a su país, mencionó en el diálogo sobre su patria el término con el cual llamaban despectivamente a los militares de su nación.
Tiempos de férrea dictadura militar en el Uruguay, época en la cual esos ‘milicos’ ejercían el poder, la llamada Bota Militar que, en los países del Cono Sur, cometió barbaridades.
Los militares felones sureños de la Argentina, el Uruguay, el Paraguay y Chile eran verdaderos ‘milicos’, violadores de los derechos humanos y sanguinarios en extremo, al punto de matar y desaparecer gentes, todo por la ambición del poder.
Mientras tanto en Venezuela los oficiales se formaban con valores democráticos, de respeto a la sociedad y sus instituciones; bajo la premisa de que el uso de las armas es para defender la Patria y nunca para accionarlas contra indefensos civiles.
Inspirados en la doctrina de Simón Bolívar se creó un nuevo prototipo de militar apegado a la Constitución y las leyes, sujeto a la autoridad civil hasta que ocurrieron los sucesos de 1992 cuando los tenientes coroneles intentaron un Golpe de Estado.
Sin embargo, a pesar de esa mancha en la reciente historia militar del país, el espíritu democrático de la oficialidad venezolana está muy por encima del concepto de ‘milico’ o del militar felón, adulante y capaz de postrarse ante los pies de cualquier figura transfigurada en omnipotente como aún ocurre en las dictaduras árabes (Sadam Hussein, Muhamar El Gadafi y otros).
Mantienen valores muy arraigados y hoy día nada ni nadie puede cree que por ejercer la principal autoridad del país tiene la potestad de hacer campaña en los cuarteles y exhibir las armas de la Fuerza Armada Nacional como un tigre muestra los colmillos para intimidar a sus enemigos.
El honor de llevar el uniforme militar, de ser soldado de la Patria, significa el debido respeto a los procesos electorales como el próximo que ocurrirá en Venezuela, donde muy seguramente habrá un cambio de Presidente por vía del voto sagrado, secreto y mayoritario de la gente.
Los militares venezolanos anhelan escalar posiciones con base a méritos ganados en su carrera, a la denominada meritocracia, porque la suya es una profesión en la cual el arte militar lo combinan, en muchos casos, con estudios de Derecho, Ingeniería, Ciencias Políticas, Comunicación Social, etc.
Son oficiales altamente preparados cuyo norte es el honor y la disciplina y hurgando más allá, en el fondo, son venezolanos como cualquiera, aspirantes a vivir en armonía social, en vez de recurrir al conflicto, a la violencia, a la guerra.
Aun cuando tienen la potestad de votar, prefieren abstenerse de inmiscuirse en política por diversidad de razones y de allí el rechazo solapado al Presidente, quien constantemente los asoma como un partido político, como una Fuerza suya, chavista, intentando crear la sensación de que es propiedad exclusiva de Hugo Chávez, una apariencia porque en realidad están al servicio del Estado venezolano.
Ese perfil de militar ‘milico’, arrodillado y servil que Chávez pretende imponerle a la oficialidad venezolana constituye una gran falacia, porque quienes hacen vida en los cuarteles se sienten orgullosamente dignos militares, y la dignidad y el respeto hacia la institución y la ciudadanía pasa por encima de cualquier interés de una persona, así ese hombre se apellide Chávez Frías. Las FAN venezolanas son altamente institucionales y demócratas, como lo ratificarán el próximo 7 de octubre.
@exequiades
Militares y milicos
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