Despertares
Cuando de niño iba a Misa los domingos, a la hora de la plática del sacerdote, varios hombres se salían al patio de entrada de la iglesia a fumarse un cigarrillo, conversar las últimas noticias políticas, etc. Nosotros permanecíamos escuchando lo que sin duda aquel buen sacerdote había preparado con empeño desde el día anterior.
Me llamaba la atención porque nunca lo había visto en ningún otro acontecimiento social. Me hubiese resultado chocante que en una cena familiar, por ejemplo, que en el momento del brindis o del ofrecimiento del agasajo, los invitados se salieran del recinto como si aquello no fuera con ellos.
Traigo a colación esta anécdota a propósito de la influencia que tienen los padres en la formación religiosa de sus hijos. Después se extrañan que sus hijos vayan ya por el tercer matrimonio, se metan a gays o se peguen un tiro a los 23 años.
La educación de la fe no es una mera enseñanza sino que es la transmisión de un mensaje de vida. Para difundirsu palabra la Dios ha querido servirse del testimonio y de la mediación de los hombres: el Evangelio resulta convincente cuando se ve encarnado.
Esto vale de manera particular cuando nos referimos a los niños, que no distinguen fácilmente entre lo que se dice y quien lo dice. Y adquiere aún más fuerza cuando pensamos en los propios hijos pues no diferencian claramente entre la madre o el padre que rezan y la oración misma: más aún, la oración, tienen valor especial, es amable y significativa porque quien reza es su padre o su madre.
Esto hace que los padres tengan todo a su favor para comunicar la fe a sus hijos: lo que Dios espera de ellos, más que palabras, es que sean piadosos, coherentes. Su testimonio personal debe estar presente ante los hijos sin pretender dar continuamente lecciones.
Decía san Josemaría: “Que os vean rezar: es lo que he yo visto hacer a mis padres, y se me ha quedado en el corazón. De modo que cuando tus hijos lleguen a mi edad, se acordarán con cariño de su madre y de su padre, que les obligaron solo con el ejemplo, con la sonrisa, y dándoles la doctrina cuando era conveniente, sin darles la lata”.