Lectura
En todas las épocas, el niño al nacer llora. Incluyendo hasta los que nacen con la deficiencia de la sordomudez. En el mismo momento del nacimiento, apenas percibe el desconocido medio, extraña la diferencia con el tibio y guarnecido del vientre materno y llora. Por razones aún inexplicadas hay niños que tardan en llorar, cuando esto sucede, los receptores del alumbramiento practican la tradición la clásica nalgada. Ese primer llanto no es un modo original y único de expresión. Es una manifestación, la más apropiada, porque en el vientre de la madre no es necesaria. El llanto tampoco es un medio de comunicación, ni siquiera de relación. Porque para que se le atribuya este oficio o función es necesario que el individuo, en el caso que nos ocupa, el niño, haga consciente uso de sus facultadas. El llanto, pues, es tan solo una expresión.
El llanto inicial no pertenece al sistema del habla que es la lengua. Aunque, en realidad, en el transcurso de los días y su normal desarrollo lo incorpora como recurso significativo; pareciera que descubriera lo útil de su manifestación. El uso del llanto por el niño es después funcional porque percibe siempre una respuesta. Pero no será una respuesta conductisma, automática, como pretende la psicología del estímulo respuesta. El conductismo, como se puede comprobar, es una solución superficial a un proceso más elaborado de los seres ante las cosas. El llanto no puede ser simplemente un estímulo y ni siquiera respuesta.
Si se aplica el criterio lingüístico, el llanto, de ninguna manera, es un signo. El signo, como se sabe, es un elemento convencional creado por el hombre para darle forma fónica al sonido de la palabra; y también, una invención convencional gráfica que por convención también asume la sustitución del sonido por la figura gráfica en la escritura.
Ese primer llanto natural espontáneo o provocado no es una demostración de malestar, pero sí de extrañamiento. Es natural que así sea porque un organismo tan bien protegido en el vientre no puede menos de manifestar su incomodidad en otro ambiente que no sea aquel. El niño, pues, en la nacencia propiamente dicha pierde su natural medio de protección. Desprotegido, tiene que sentir y manifestarse. De aquí que, se recurra a proporcionarle una protección adicional o suplementaria. La limpieza después del parto separa de él todo aquellos recursos adheridos a su piel que formaban en el vientre parte de su protección. Después del aseo, queda a merced de quienes se dan a la tarea de proporcionarle condiciones cómodas. En la cuna se la ha creado un ambiente mullido y suave. Sábanas suaves, pañales, almohaditas, y el abrigo sobre su piel de la vestimenta y el calzado apropiado para que la tibieza se haga sentir. Luego se le provee de su primera alimentación extrauterina; lo normal es el pecho, pero como se sabe estos recursos propios para la alimentación, en muchas mujeres se les destina a otros inapropiados fines. De todas maneras se le suple el alimento y el niño, ya ambientado acepta su extraño medio y cuando se le coloca en la cuna, bien protegido, se entrega a su primer oficio: el sueño.