La microhistoria italiana tuvo sus rutilantes inicios con la publicación en 1976 de esta extraordinaria obra por Carlo Ginzburg, en la que narra la historia de un molinero del siglo XVI llamado Menoccio, que fue procesado y quemado vivo por la Inquisición. Este autor y su equipo de investigadores debió vencer enormes obstáculos para escribir la historia de un hombre común y corriente que la historiografía tradicional habría olvidado, pues lo normal es poner de relieve las grandes personalidades de la historia. Rescata para el presente un juicio que se le levantó al este humilde hombre, que sin embargo sabía leer y escribir, por sostener ideas contrarias a las que había impuesto la Iglesia Católica, tales como que Dios no creó el mundo, sino que se originó de un caos inicial del cual surgió una masa, como un queso, de la cual nacieron los ángeles y el mismo Dios.
Ginzburg llama a tales ideas “cultura de las clases subalternas”, lo cual supone un cambio radical en la escala de la investigación histórica. Hasta ese momento se veía al pasado con un instrumento: el telescopio, cuando de lo que se trata es de mirarlo con lupa. De eso se trata el cambio de escala que subrayan los microhistoriadores italianos, microhistoria que no debe confundirse con la microhistoria mexicana de Luis González González o la historia local que hace furor en los días de hoy en Venezuela Bolivariana. El aporte revolucionario de los italianos reside en abandonar totalmente las explicaciones que oponen lo general a lo particular, la visión de lo social en contra de lo individual, ideas que tomaron de J. P. Thompsom y de Norbert Elías, sin duda.
Los autores italianos van a proponer algo radicalmente nuevo: la construcción de lo general desde lo particular, resituando entonces al individuo en su contexto, y dentro de la sociedad. Con lo cual es posible, dice el mexicano Carlos Aguirre Rojas, ver lo macro en lo micro, desde y dentro de lo micro mismo. Con ello se supera el pensamiento simple binario, de opuestos rígidamente contrapuestos y solo excluyentes, que da paso a una biografía contextual, que descompone el tiempo en múltiples temporalidades, recreando los movimientos de va y viene desde el individuo y la obra hasta el mundo y la época y viceversa, a la manera que lo plantearon antes que los italianos Lucien Fevbre y Fernanand Braudel, eminentes investigadores de la Escuela de los Anales.
De tal modo se estudia la cultura de élites a través de y por intermedio de Doménico Scandella, el verdadero nombre del molinero Menoccio, quien posee una cosmovisión del mundo que hasta ahora se creía imposible en la Europa del Renacimiento. Así, El queso y los gusanos fue un verdadero éxito de ventas en todo el mundo, colocando a Ginzburg y sus colaboradores entre los renovadores más importantes de la historiografía del siglo XX. También la irreductibilidad del pensamiento de Menoccio-dice Ginzburg- a esquemas conocidos de parte de los razonamientos del molinero friulano nos hace ver un caudal no explorado de creencias populares y de oscuras mitologías campesinas.
Proponer una indagación lineal de un molinero puede parecer paradójico y absurdo: casi el retorno a un telar manual en la época del telar automático, nos dice el propio Ginzburg. De tal modo las llamadas clases subalternas salen de su silencio, el que las había condenado la demografía y la sociología tradicionales, nos dicen Giovanni Levi, Carlos Poni, y Edoardo Grendi, otros microhistoriadoes italianos que, como su propio líder, hunden sus raíces en el marxismo en la visión de Gramsci.
En Venezuela no ha nacido aun una escuela de historiadores semejantes a la microhistoria italiana, pero hay motivos para creer con firmeza que se pueden dar ya, y se han dado los pasos iniciales en tal sentido. Uno de ellos lo lidera el Dr. Reinaldo Rojas y su escuela historiográfica en Barquisimeto desde hace tres décadas. Otro de ellos habrá de producirse en el primer Doctorado en Cultura Latinoamericana y del Caribe auspiciado por la UPEL-IPB, y que dirige la Dra. Josefina Calles, a cuyas clases iniciales he asistido con gran emoción y entusiasmo en compañía de las doctoras Neffer Alvarez, Yolanda Aris y el propio Rojas, escenario académico en donde puede darse un magnífico ensayo de microhistoria italiana a la venezolana. Eso creo.
El queso y los gusanos
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