La terapia post-electoral

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Planteamientos

En tiempos de postmodernidad y al margen de los prejuicios implícitos en quienes plantean el “todo vale” como uno de sus rasgos característicos, es evidente que en la Ciencia Política, como ocurre con cualquier otra disciplina, por efectos de la trandisciplinaridad, surgen categorías analíticas nuevas para explicar la realidad actual y los distintos ámbitos donde ella se manifiesta.
Proveniente de la medicina y extendida a las Ciencias de la Salud, la terapia como tratamiento con fines curativos o de alivio, traspasa lo individual para instalarse con todos los dispositivos imaginables a encarar un diagnóstico generalizado: el de una sociedad enferma cuyos síntomas se agudizan. Ello explica, en parte, su variada tipología: desde las nutricionales o gastronómicas, pasando por las de baile, música, belleza, risa, literatura de autoayuda,  y pare usted de contar, hasta la terapia política. Así como lo lee.
Augusto Hernández Becerra, en ocasión de aprobarse la nueva Constitución de Colombia, en 1991, (la anterior estaba vigente desde 1886), la consideró como “una terapia electoral para una democracia en dificultades”. Para esa misma época, la decisión de aplicar los programas de reajuste y recuperación económica en América Latina, significaron medidas políticas equivalentes a “terapias de shock”, como en el caso venezolano, con las consecuencias harto conocidas que se derivaron de una estrategia equivocada, incluyendo los subsiguientes resultados electorales.
Cristina Fernández, viuda en ejercicio presidencial, en la secuencia de las grandes mujeres del peronismo, supo conjurar con destreza los peligros que le auguraban quienes se oponían a su reelección y, además, creó un grado tal de expectativa y clímax por el anuncio de su candidatura, que los argentinos, a decir, de Matilde Sánchez (Diario Clarín, 22/06/11), vivieron esperando el momento de la gran catarsis.
En República Dominicana, luego de la “resaca electoral” que dejó los resultados del 20 de mayo de este año, el politólogo Daniel Pou, anunció que en el seno del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), probablemente sobrevendría “o una fuerte disputa por detentar el poder y apoderarse del mismo, o una catarsis que conduzca a replantear la forma de hacer política”.
El sociólogo chileno Fernando Mires, autor del libro La revolución que nadie soñó o la Otra posmodernidad, en un artículo titulado “Derrotas electorales y terapia política” (27/ 04/ 2012),  aparte de analizar los casos de las elecciones en Francia, Grecia y México, específicamente refiriéndose a los gobiernos socialistas, advierte que el hecho de perder elecciones les ofrece la ventaja de procesos de renovación de las organizaciones partidistas, incluyendo discursos y dirigentes, es decir, lo que denomina: una posibilidad terapéutica.  Por esta vía, aborda el caso nuestro, señalando, al texto,  que en Venezuela, país donde ha emergido una combativa y organizada oposición al régimen pro-totalitario que allí impera, la posibilidad de que el chavismo, cuando sea desalojado del poder, regenere sus “podridas cúpulas” y retorne a la competencia política, no está del todo negada.
La citada apreciación, la inscribe dentro de la siguiente tesis: “Solo una derrota electoral puede salvar políticamente al chavismo”, a lo cual agrega: ¿Salvarlo de qué?, y responde: de sí mismo. Concluye, prometiendo un nuevo artículo para explicarlo”.
“Venezuela en terapia electoral”, también es el encabezado del artículo del columnista Ramiro Escobar, del diario peruano La República, del 12/ 06/ 2012.
Queda claro que las elecciones representan una especie de terapia para el sistema político democrático. En un nivel macro o socioinstitucional nacional; micro o individual; e intermedio o meso, relativo a las agrupaciones partidistas, cuya dinámica, dependiendo de la victoria o de la derrota, genera traumas.
Otra tesis concurrente en este análisis, pero que por su propia definición política, el citado Mires no refiere, sería: Para la oposición venezolana es cuestión de vida o muerte ganar las elecciones presidenciales. Paradójicamente, los dos grandes partidos que coparon la escena política durante cuarenta años, ahora no tienen símbolos que los representen en el tarjetón electoral diseñado para esta contienda. Partidos minoritarios, divididos, prometen aportar un número tal de votos, que ni entre sus militantes lo tienen.
Convendría, desde ya, que para la salud mental de muchos venezolanos,  los especialistas  diseñaran algunas recomendaciones  en terapia post- electoral.

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