Las abuelas solían decir que hay cosas que se ponen escandalosamente de moda.
Porque todos las usan, las dicen o las sostienen y, sin embargo, son un escándalo porque configuran una rebelión contra la razón o la lógica de la realidad. Pese al absurdo, estas verdades huecas tienen vigencia. Desde hace tiempo se viene generalizando de una manera irresponsable sobre la izquierda y la derecha. El oficialismo y dirigentes políticos del PSUV reparten la calificación sin miramientos. Cualquiera es de derecha y cualquiera es de izquierda. A fuerza de reiterar estas denominaciones, nada queda en claro.
Desde la originaria ubicación de las butacas en el recinto de la Asamblea francesa hasta hace no demasiado tiempo, la izquierda sirvió y significo un repertorio de ideas. Ser de izquierda significo, mucho después, oponerse al poder político sin control, a la discrecionalidad perversa o arbitraria, al abuso, al privilegio irritante, a la desigualdad injusta, a los dogmas paralizantes.
Por eso-cada uno en su época y algunos al mismo tiempo-, fueron de izquierda los republicanos, los racionalistas, los liberales, los librepensadores, los socialistas, los anarquistas libertarios. De derecha, y por contraposición, fueron partidarios de la monarquía, de los gobiernos establecidos en iglesias mayoritarias, los conservadores. Pero tanto la izquierda como la derecha apelaban y se atenían a métodos que tenían que ver con la legalidad. Las excepciones, que las hubo, como en gramática, confirmaban la regla. La cosa se complico con la primera posguerra.
Junto con los denominados “años locos” vinieron la confusión y la imprecisión. Entre las dos guerras se rompieron las brújulas indicadoras. Aparecieron la figuras hibridas como en la mitología griega. Sólo que aquí las Quimeras tenían forma humana. Ejercían el poder político en forma despótica y privilegiada, pero hablaban como redentores de la raza oprimida. Con el advenimiento de la sociedad de masas, desaparecieron los tiranos clásicos, déspotas solitarios aislados de la sociedad. Lenin, Stalin, Mussolini y Hitler llegaron al gobierno por elecciones impecables desde el punto de vista de los mecanismos democráticos y rondaron, en los dos casos, el sesenta por ciento de los sufragios.
Pero tanto el fascismo como el comunismo no tienen nada que ver con la derecha y con la izquierda. El crimen y los sistemas criminales no tienen ideología; tienen metodología. Tienen que ver, en todo caso, con el extremismo o con el delito admirablemente camuflado. Tampoco hay izquierda donde los déspotas se eternizan, no existen libertades públicas ni privadas ni defensa mínima de la dignidad humana. Tampoco hay derecha en los regímenes despóticos donde el gobierno de turno todo lo puede y ciudadano común nada importa.
Hay una gruesa capa de aprovechadores de la confusión.
Los intereses creados de estos malabaristas de la verdad levantan cotidianamente polvareda para impedir la claridad. Pero la autentica izquierda y la autentica derecha, que todavía subsisten y gozan de buena salud, tienen que ver, como lo tuvieron siempre, con los criterios que se sostienen sobre el ámbito público y el ámbito privado. No tienen nada que ver con el crimen abyecto, institucionalizado, de todos los sistemas despóticos que la mala fe o la ignorancia califican de izquierda o de derecha.
La izquierda y la derecha
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