Recuerdos de Enrique

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Del Guaire al Turbio

Perfección

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Jorge Guillén

Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondeamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.

Extraño empezar un artículo con esta décima, más por el título de mi texto. Me lo envió mi hijo intelectual desde Madrid, donde vive, a propósito de otra cosa, pero me viene bien para lo que intento: hablar de un hombre que orientó su vida hacia la perfección cristiana. Mucho he pensado en él -ahora, cuando acaba de pasar a la eternidad- desde la terraza de mi casa. Su- bo allí para meditar bajo curvo el firmamento, compacto azul que todo es cúpula. También reposo central, pero no sin querer como la rosa, sino que- riendo, pues bajo el cielo y frente al Ávila, siento más la cercanía de Dios.
Conocí a Enrique muy pequeño, pero sin distinguirlo entre sus hermanos, en 1936 en San José de Costa Rica, donde los Álamo Bartolomé vivimos 5 años de exilio y su familia una corta temporada. En 1956 se preparaba en Caracas el Congreso Eucarístico Nacional y se me encomendó un trabajo para involucrar a la juventud. Convoqué al P. José María Vélaz s.j. (Fundador de Fe y Alegría) que animaba un grupo apostólico de jóvenes. Entre éstos estaba Enrique Pérez Olivares. Todavía no tenía 25 años. En un acto en la Sala de Conciertos de la UCV los pupilos del P. Vélaz llevaron adelante con gran acierto el programa. Enrique se distinguió especialmen- te. De ahí en adelante nos fuimos encontrado en la vida por diversas cir- cunstancias, ya casado con Marta Oramas y con un hijo: Luis Enrique, po- eta, hoy autoridad mundial en crítica y promoción de artes plásticas. Lugar de encuentros fue el Ifedec (Instituto de Formación Demócrata Cristiana).
Coincidíamos en inquietudes y manifestaciones culturales. Cuando entraba a la presidencia Luis Herrera Campíns, llegué un mediodía al Ifedec a recoger a mi hermana, me esperaron diciendo que Pérez Olivares me buscaba. Para mi gran sorpresa, me dijo que, siendo el próximo Gobernador de Caracas, quería que lo acompañara como Directora General de Cultura de la Gobernación del Distrito Federal. No me dio tiempo de pensarlo. A los pocos días estaba yo subiendo en un ascensor al piso 20 del edificio Tajamar en Parque Central, a una oficina que no conocía, pero sería la mía. En el ascensor un periodista me abordó: “Por supuesto, usted sabe que como Directora de Cultura, es automáticamente Presidenta del Comité Ejecutivo de Fundarte”. Le contesté: Usted sabe más que yo. ¡Y era verdad! Ignoraba esa doble jefatura. ¡En que líos me había metido Enrique!
Pero fueron años muy enriquecedores. De mucho trabajo, luchas y conflictos, porque los artistas, con sus individualidades, son difíciles de manejar. En todo momento, no sólo tuve el apoyo de Enrique, sino su confianza, me dejaba decidir libremente. Algunas veces venía a la reunión semanal de trabajo y almuerzo que tenía con los jefes de las secciones. Compartía con nosotros todo y nos daba tanto su opinión como su consejo.
Él tenía una manera muy peculiar de gobernar. Pocos jefes saben hacerlo. Confiaba en su equipo y lo dejaba actuar. Eso nos daba la conciencia de una gran responsabilidad. Si nos equivocábamos, señalaba con firmeza y claridad el error. Las reuniones cada semana de todas los directores de la Gobernación con el Gobernador eran muy interesantes. Se hacían en la tarde, después de la de gabinete en la mañana en Miraflores. Enrique nos informaba de lo tratado allí, de lo que podíamos o no hablar públicamente y de cuándo era conveniente hacerlo. Este tacto suave y firme para dirigir lo volví a experimentar cuando él era el Rector Fundador y yo Decano de Comunicación en la Universidad Monteávila. Su presencia y trato eran los de un caballero profundamente cristiano, consciente de que en su entorno no había sólo empleados sino almas y actuaba en consecuencia.
Junto a Enrique, puedo decir, parafraseando a Guillén, que siempre mi pie caminante sintió la integridad del planeta.

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