Es verdaderamente memorable y Fausto este acercamiento, entre la Iglesia y el Gobierno, que se realizó en la augusta sede de la Conferencia Episcopal Venezolana y con lo cual se allanan las dificultades que privaban en el tiempo, en las relaciones de las dos instituciones: el Poder Espiritual de la Iglesia y el Poder Temporal del Gobierno. Ahora celebramos esta apertura de afortunado dialogo, que se reintegra, con el natural regocijo que deriva de este acercamiento, propicio a un conjunto de bienes y servicios para la mayor gloria de Dios.
Queda abierta una vía y ella será utilizada, a buen seguro, para animar un dialogo útil y provechoso, patriótico y receptivo, sobre asuntos de la mayor trascendencia nacional y donde la Iglesia, que no es adicta a regímenes de fuerza, tiene una palabra orientadora que fijar y que no dudamos, podrán ser sistemáticas y continuas, cuando se trata de un gobierno que sabe mantener en alto la dignidad de la patria, respeta los fueros de la Iglesia y está empeñado en establecer relaciones amistosas entre estas dos instituciones, de cuya armonía bien fundada, depende el bienestar y felicidad común de los pueblos.
Es la forma, como un cristiano profundamente convencido, juzga y reflexiona sobre este relevante suceso, revestido de una solemnidad especial. La iglesia como institución universal y milenaria es Mater et Magidstra. Por eso, se puede manifestar, convencido de su alta significación y alcance del término: donde está la Iglesia está la Moral.
En verdad, como acontecimiento revelador, sugerido por el mismo Supremo Hacedor, este acercamiento ocurre en el momento más afortunado y a todos conmueve su venturosa realización, cuando se hacía más indispensable esta manifestación de entablar un acuerdo de armonía, para realizar tareas que preverán el mayor bien de la patria, en medio de la crisis moral que nos abate. Teniendo muy presente, al efecto, que es en el espíritu donde la patria, se integra y se realiza.
En otras etapas de nuestro proceso de formación de pueblo se ha mantenido consciente y constructivo acercamiento entre estas supremas instituciones y los hombres de mentalidad civil cuando hicieron el Estado, como concepción jurídica y política, lo concibieron asidos de la mano de Dios y en el momento solemne, juraran profundamente convencidos: “creyendo y defendiendo la santa, católica y apostólica religión de Jesucristo”.
De donde se desprende y podemos concluir, con base en la historia y a nuestra irrenunciable tradición católica y por ser mandato irrenunciable estampado en el Acta de Declaración de Independencia, las actuales generaciones venezolanas, tenemos que acatar esos principios y no desertar de ese compromiso que nos legaron los padres de la nacionalidad. Blasfemar de la Iglesia y denostar contra la religión de Jesucristo, ofenden la memoria y el honor de los libertadores de Venezuela que nos ofrendaron patrimonio eterno de patria y libertad.
El 1ero de marzo de 1.821, el Libertador visita Trujillo y en la puerta del Templo Matriz, está el excelentísimo Obispo de Mérida, Rafael Lasso de la Vega, con el paramento que la Iglesia usa en estas ceremonias. Bolívar al observar su presencia desciende del caballo, se postra ante el prelado y besa la cruz que éste le presenta y juntos bajo palio se arrodillan ante las sagradas gradas del altar, mientras el Obispo entona, las preces señaladas por el pontifical, para recepción litúrgica de los emperadores. Por primera vez, en Venezuela, se unieron el cayado del pastor y el bastón del magistrado, es decir, la Iglesia y la Patria, la Cruz de nuestro Señor Jesucristo y la Bandera Nacional. Ese encuentro fue de trascendental importancia en nuestra historia, pues dio origen a las relaciones de la República de Colombia, con la augusta Silla Apostólica.
En los momentos de ultraje y agresión contra El Libertador, ese ilustre Obispo, Rafael Lasso de la Vega, erigido en Arzobispo de Quito, le envía una carta firmada por doscientas personas y lo invitan a residenciarse en ese Arzobispado, donde recibiría “los honores y distinciones que otros no le rinden”. Era la expresión de la bondad noble y excelsa de la Iglesia.
El 18 de octubre de 1.827, cuando el Libertador rinde homenaje a los primeros Obispos de Colombia, los llama “vínculos sagrados con el cielo y la tierra”. Dice, también, “que ellos serán nuestros maestros y los modelos de la región y virtudes políticas” Remata con la frase “la unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza”. Nótese, Bolívar enuncia la espada de la ley, es decir, la institucionalidad democrática. Es lección y modelo ese tipo de relaciones entre la Iglesia y el Estado, que merecen imitarse hoy y siempre.
Especial para El Impulso – Acercamiento de la Iglesia y el Gobierno
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