En 2002 la Fundación Andrés Mata de El Universal editó mi libro “El Anclaje del Subdesarrollo”. Hoy, en su sexta edición, su mensaje es necesario repetirlo, porque el primer paso para resolver un problema es reconocer que se tiene. A nadie que vaya a un sicólogo o a un siquiatra le servirá la terapia si no está convencido de que tiene un problema.
A nosotros los venezolanos nos crían con paradigmas de subdesarrollo. No importa cuál sea nuestro grado de educación formal ni nivel económico. Es un eje transversal a toda la sociedad venezolana. Vamos por la vida exhibiendo conductas que nos anclan al subdesarrollo, sin darnos cuenta de ello.
Durante estos años he tenido como cruzada llevar ese mensaje para alertar sobre lo inconveniente que resulta seguir así. Hace poco, en una charla, un señor me reclamó: “me hubiera gustado más que hablara de los aspectos positivos que tenemos los venezolanos, no de los negativos”. El omnipresente deseo de autoalabarnos. Nuestros aspectos positivos han construido lo bueno que tenemos. Los negativos son los que nos frenan. Alguien tiene que hacerlos ver. Estoy cansada de escuchar que “Dios es venezolano”, que aquí no hay que preocuparse porque “estamos condenados al éxito” hagamos lo que hagamos, cuando lo que resulta obvio es que vamos para atrás a velocidades supersónicas.
Ni Dios es venezolano (aunque haya quienes se creen dioses) y estaremos destinados al éxito o condenados al más rotundo fracaso dependiendo exclusivamente de nosotros y de las actitudes que adoptemos.
No hay cosa que refleje mejor la idiosincrasia de un pueblo que sus refranes. Nosotros tenemos refranes de subdesarrollo. Aquí, por ejemplo, decimos que “el que nace barrigón ni que lo fajen chiquito”. Creemos también que “árbol que nace torcido nunca su tronco endereza”. La predestinación en todo su esplendor. Tengo que recordar a Ricardo Tirado, un venezolano exitoso en el campo del cine y la televisión que repetía que el único lugar en el que el éxito aparece primero que el trabajo es en el diccionario y por razones obvias. Pero el mal no es exclusivamente nuestro. Es común a todos los países subdesarrollados. En México, por ejemplo, dicen que “el que nació para maceta del patio no pasa”. ¿Qué esperanza puede transmitir una madre que cree que su hijo nació “para maceta”?
No todos los refranes son malos, por supuesto. Hay uno que me encanta que dice que “el que madruga coge agua clara”. Pero como inteligentemente acotó Jon Aizpúrua el día de la presentación de la sexta edición del libro, pareciera que cada refrán bueno tiene el refrán que lo anula. Porque otro refrán nos asegura que “no por mucho madrugar amanece más temprano”.
En el libro yo identifiqué diecinueve anclas, pero hoy podría escribir tres tomos más con los ejemplos que me dan las personas que asisten a las charlas. Así, cargo contra el determinismo, el “masquesuficientismo”, el “noespatantismo”, el “pretextismo” y el “pobrecitismo”, entre otras.
Por fortuna, no hay fatalismo en el libro, sino esperanza. Es un llamado de atención para cambiar nuestros paradigmas de subdesarrollo. Dentro de Venezuela misma tenemos el mejor contraejemplo: el Sistema de Orquestas. En El Sistema hay orden, disciplina, búsqueda de la excelencia, trabajo, solidaridad, responsabilidad, horarios… todo lo que no hay fuera de él. Entonces no podemos decir que no podemos.
Yo creo que todos lo podemos todo. La mayoría de nuestros problemas y sus soluciones están dentro de nosotros. No los causa un agente externo, ni los resuelve un milagro. Reconocerlo ayuda a levar esas anclas y navegar en aguas de desarrollo. Aquí decimos que “más vale pájaro en mano que cien volando”, sin darnos cuenta de que el mundo ha sido, es y será de quienes escogieron no quedarse con un triste pájaro en la mano y se fueron detrás de los cien que se fueron volando.
Dios no es venezolano, pero podría llegar a sentirse orgulloso de nosotros.
Dios no es venezolano
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