Buena Nueva
Uno de los himnos de alabanza y agradecimiento a Dios más bellos y significativos lo hace San Pablo en el comienzo de su Carta a los Efesios (Ef. 1, 3-14): “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en El con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en Cristo -antes de crear el mundo- para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos, y determinó -por pura iniciativa suya- que fuéramos sus hijos, para que por la gracia que nos ha concedido por medio de su Hijo amado, lo alabemos y glorifiquemos”.
¡Maravilloso himno de alabanza y maravilloso programa de vida! ¡Qué alegría saber que Dios nos eligió -desde antes de crear el mundo- a ser sus hijos y a ser santos e irreprochables ante sus ojos! Y que este inmensísimo privilegio ha sido por pura iniciativa suya.
Esto significa que es Dios Quien ha tomado la iniciativa primero. Es Dios Quien da el primer paso: es El Quien nos busca primero y nosotros tenemos la opción de responderle o de no responderle.
¿Y en qué consiste responderle? El indicio nos lo da el mismo San Pablo en este maravilloso himno a los Efesios: “El nos ha prodigado el tesoro de su gracia … dándonos a conocer el misterio de su Voluntad”.
San Pablo nos dice también que por pura iniciativa divina, y por la gracia que nos ha concedido Dios en su Hijo Jesucristo, podemos ser hijos de Dios.
Veamos bien: todos los seres humanos somos creaturas de Dios. Pero, tal como lo dice San Pablo en otra de sus cartas, “son hijos de Dios los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios” (Rom. 8, 14). Y, no es sólo San Pablo quien pone condiciones a la filiación divina, también San Juan al comienzo de su Evangelio: “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron … Pero los que lo recibieron, que son los que creen en su Nombre, les concedió ser hijos de Dios” (Jn. 1, 11-12).
Y, por supuesto, al ser hijos, también somos herederos. De hecho, somos coherederos con Cristo y podemos llamar a Dios “Padre” (cf. Rm. 8, 14-17). ¿Nos damos verdadera cuenta del privilegio que es poder llamar ¡nada menos que a Dios! “Padre”, porque si cumplimos las condiciones realmente somos hijos suyos?
Significa, entonces, que el llegar a ser hijos de Dios y herederos del Cielo es una opción. Y esa opción supone condiciones. Una de estas condiciones es la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo y en todo lo que El nos ha propuesto y nos exige. Esto es lo que significa el “recibir” a Jesucristo de que nos habla San Juan. Recibirlo es aceptarlo a El y aceptar su mensaje de salvación.
Otra condición, necesaria consecuencia de una fe cierta, es la que propone San Pablo: son hijos de Dios “los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios”. Y dejarse guiar por el Espíritu de Dios es ir descubriendo y aceptando –incondicionalmente- la Voluntad de Dios para nuestra vida. Es ir descubriendo “el tesoro de su gracia” encerrado en “el misterio de su Voluntad”.
¡Qué maravilla también saber que podemos conocer la Voluntad de Dios Quien nos busca con su Amor infinito para que le respondamos con nuestro amor! Y su Voluntad es que lo amemos con ese Amor con que El nos ama: un amor que se abra a El, un amor que se entregue a El, un amor que no quiere a nada ni a nadie más que a El. Y que, como Cristo también nos ha pedido, fluya también hacia los demás, nuestros hermanos.
Con este programa de vida podremos llegar a ser santos e irreprochables ante El, cuando –llegado el momento- nos presentemos así ante el justo Juez y podamos recibir la herencia prometida: el Cielo en el momento de nuestra muerte y la gloria de la resurrección en el Juicio Universal al fin de los tiempos. Que así sea porque hemos llegado a ser verdaderos hijos de Dios.