Los niños y la filosofía

¿Es conveniente que los niños de primaria aprendan filosofía? Esta cuestión, que a veces aflora en la prensa diaria, no tiene respuesta conclusiva, como es común en los temas de la filosofía.
Para empezar, no es lo mismo enseñar filosofía que enseñar a filosofar. Enseñar filosofía implica, casi siempre, repasar la historia de la filosofía y aprender, aburridamente, lo que los grandes pensadores escribieron. Filosofar es otra cosa, es explorar el mundo, preguntarse por las cosas, buscar respuestas. Y en esto los niños no necesitan ser enseñados. Ellos son filósofos, científicos y artistas naturales, espontáneos. Pero sus preguntas –y las respuestas que buscan- se quedan en el plano de lo concreto, sin ninguna posibilidad de dar el salto cualitativo hacia la abstracción que requiere la filosofía. Se la pasan preguntándose el porque de las cosas y a cada ¿por que? les sigue otro hasta que reciben una respuesta que los satisface o hasta que algún adulto los manda a callar, con lo que ahí empieza a morir el científico o el filósofo que el niño lleva adentro. Así, en vez de enseñarle filosofía a los niños habría que enseñarles a los adultos a no frustrar en los niños el deseo de aprender, que es, creo, el verdadero problema.
Sobre el aprendizaje de la filosofía en el bachillerato se ha discutido mucho. En España el tema se debatió hace unos años y se modificó el pensum  pero si hemos de juzgar por lo que Ismael Grasa, un profesor de filosofía del bachillerato español, dice en su libro La flecha en el aire (Ed. Debate, Barcelona, 2011) el resultado es mas bien deprimente. El autor señala lo remota que la filosofía les resulta a los estudiantes. Y me temo que si intentamos que los niños aprendan filosofía mataremos en ellos cualquier interés futuro no solo por la filosofía, sino por cualquier otra rama del conocimiento, algo que ya está ocurriendo con y sin filosofía. De hecho parece que el síntoma más evidente del fracaso del sistema educativo es haber generalizado el desinterés por el conocimiento.
Como docente universitario, un oficio que he ejercido de manera intermitente, siento que el verdadero problema con el que siempre me enfrento es que los jóvenes que llegan a la universidad simplemente no quieren aprender, algo que atribuyo a la muerte de la curiosidad en las etapas más tempranas de su formación, y esto, de reflejo, genera un circulo vicioso con profesores que no quieran enseñar y que no se molestan en exigir mucho porque ¿para qué?. El asunto es que un país lleno de gente con poco interés para aprender es un país que no tiene futuro.
Cuando alguien quiere aprender no importa no haber cursado filosofía ni haber pasado por profesores desmotivados y desmotivadores, el superará todas esas circunstancias. Así, hay que ayudar a los niños a perpetuar su curiosidad pero donde no hay curiosidad, la filosofía no se la va a dar.
Mucha de la filosofía no es más que un pesado fardo de juegos de palabras muertas de filósofos olorosos a naftalina, como bien señala Mario Bunge, en Crisis y reconstrucción de la filosofía (Ed. Gedisa, Barcelona 2002) y nada se logrará arrojando ese fardo sobre las espaldas de los niños, que más bien quieren cosas frescas, un saber entretenido y vivo.
Si de filosofía se trata, lo que el niño requiere son valores, algo que se aprende por exposición a un modelaje relevante. Y, de nuevo, volvemos a los adultos: el modelo que ellos suelen transmitirle a los niños rara vez es precisamente el mejor.
En Brasil el Ministerio de Justicia está desarrollando un programa por el cual ofrecen a los presos descuentos de su tiempo de pena a cambio de la escritura de ensayos derivados de la lectura de libros serios. Quizás en esa situación si vale la lectura de filosofía.