Cuando a Cynthia Craig le diagnosticaron depresión posparto hace ocho años, le dijo a su médico de cabecera que tenía ansiedad respecto a la maternidad. Se preguntó si había cometido un error catastrófico al dejar su trabajo, si podría afrontar las muchas horas en casa sola cuidando al bebé e incluso si debería haber tenido hijos.
«Ansiedad es algo que siempre he tenido, especialmente en momentos de cambio», dijo Craig, de 40 años, que vive en Scotland, en el estado de Ontario en Estados Unidos.
«Pero nunca me preocupó el nivel de ansiedad, y nunca me impidió salir de casa, conducir, socializar o hablar delante de otros», agregó.
Su médico la remitió a una clínica de ansiedad, donde una enfermera le hizo docenas de preguntas con respuesta sí o no -¿tienes miedo a las serpientes? ¿oyes voces? ¿vomitas por la ansiedad?- e hizo un diagnóstico. «Llamémosle un trastorno generalizado de ansiedad con un toque de fobia social», dijo Craig.
Eso no la hizo sentir bien, pero el psiquiatra estuvo de acuerdo con la enfermera y dijo que las preocupaciones de Craig sobre la maternidad constituían un trastorno de ansiedad, una forma de enfermedad mental, y le recetaron los medicamentos de Pfizer Effexor y de GlaxoSmithKline Paxil.
Craig dice que las medicinas le incrementaron la ansiedad respecto a si realmente necesitaba medicación.
El caso de Craig es uno de los millones que constituyen una tendencia extraordinaria en lo que se refiere a enfermedad mental: un aumento en la prevalencia de trastornos mentales reportados de más del 1.200 por cien desde 1980.
Ese año, entre el 2 y el 4 por ciento de los estadounidenses sufrían ansiedad, según el Manual Estadístico y Diagnóstico (DSM, por sus siglas en inglés) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA), usado por psiquiatras y otros médicos en todo el mundo para diagnosticar la enfermedad mental.
Algunos psiquiatras dicen que el aumento en la prevalencia de la ansiedad desde el 4 por ciento al 50 por ciento en Estados Unidos es resultado de que los psiquiatras y otros especialistas están «sabiendo diagnosticar mejor la ansiedad», como dice la doctora Carolyn Robinowitz, presidenta en el pasado de la APA, que trabaja en Washington.
«La gente que lo critica muestra sus prejuicios», dijo. «Cuando mejoramos el diagnóstico de la hipertensión, no dicen que sea terrible», añadió.
Los críticos, entre ellos otros destacados psiquiatras, no están de acuerdo. Argumentan que la aparente explosión de la ansiedad muestra que existe un uso grave y peligroso del DSM. En la próxima edición, que saldrá en mayo, reducirían el umbral para la identificación de la ansiedad.
Las críticas se basan en tres argumentos. Primero, que el DSM no reconoce que la ansiedad es normal e incluso beneficiosa en muchas situaciones. En segundo lugar, la descripción de la ansiedad en el DSM tiene más que ver con normas sociales que con medicina.
Finalmente, argumentan, la ansiedad es adaptativa. Su circuito cerebral cambió con la evolución por un propósito. Únicamente cuando ese mecanismo no funciona adecuadamente una persona debería ser diagnosticada como enferma mental.
«Ninguna emoción humana es más básica que la ansiedad», dijo el sociólogo Allan Horwitz, de la Universidad de Rutgers. «Muchas formas simplemente no deberían ser consideradas trastornos, porque son el resultado de la forma en que el ser humano evolucionó hace miles de años, en lugar de que algo está fallando», agregó.
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