Transitábamos por Plaza Venezuela y nada mejor que tropezarse con el muñeco, panegírico urbano de los días que cursan. Lo suponíamos parte de las remodelaciones de la Estancia/PDVSA, pero –al enterarnos– festejamos inmediatamente la inspirada iniciativa de los abnegados seguidores del Comandante-Presidente-Candidato que dramáticamente contrasta con la reciente falacia del ministerio de la Salud y el repunte de 81% del dengue.
Celebremos que, a diferencia del inflable que pulsa los vientos en la terraza de la sede administrativa de la tan autónoma Asamblea Nacional, el muñeco de Sabana Grande tiene la cara estampada para evitar toda duda sobre el homenajeado. Chávez Frías ha superado a Guzmán Blanco, deleitándonos como jamás se les ocurrió a los anteriores e irresponsables mandatarios nacionales, por lo que merece un adicional aplauso inflamado que ni la Delpinada de estos tiempos imagina.
Las personas que aquí y allá, allende y aquende, peatonizan las calles, estamos llenos, pletóricos y colmados del más patriótico agradecimiento. Además, no escatimaron las cifras para nuestra bogavante distracción, ya que no sólo – una de las leyes dialécticamente infalibles – advertimos que un superior volumen abarata los costos (disculpen por no citar uno de los tomos de El Capital, seguido de una frase elegante de Eduardo Galeano), sino – el reglamentario concurso obliga – somos partícipes de la novísima estética de las emociones, aunque falten remos.
Lo mejor de todo es la costumbre, por lo que – adicionalmente – festejamos el hartazgo de una literal visión renovadora de la urbe. Empero, hay los desadaptados que muelen su indiferencia ante la estatuaria de helio, gracias a esa sensación (SIC) de inseguridad personal que no le permite la sutil y embriagadora distracción tan cercanas las fauces temblorosas de la conspiración oposicionista, y sus texturas atolondradas de sombras.
Desadaptados que, no bastándoles las evidencias, piden una certificación de la enfermedad presidencial hecha por el Consejo de Seguridad y la ONU en pleno, pues no saben que existe la OMS: !himnorantes! Y, ahora, versan sobre el burdo narcisismo, restándole toda majestad al culto de la personalidad que motoriza la historia, como la lucha de clases según aprendimos de Marta Harnecker.
Aplaudimos el golazo que ha metido el jefe del 171, como se ha dicho. Sus colegas envidiarán que, desde el Radio City, la sede augusta, haya electricidad para el manganzón: pobres de aquellos que despachan en las sedes menos visibles de la ciudad, pichirreando el presupuesto con pendones y volanteos. !Patria o … herida levísima!, pues.
(*) «El hombre que amaba a los perros», Tusquets, México, 20011: 151.