Acaba de morir físicamente uno de los grandes de la inteligencia latinoamericana: Carlos Fuentes, miembro destacado del Boom literario, aspirante permanente al Premio Nobel; después de 86 años de vida nos deja, cuyo fin impidió que se coronara en el Olimpo de Estocolmo; ya que la lengua española es seleccionada cada veinticinco años para conceder tan atesorado galardón.
Con Fuentes se cierra un capítulo que se inaugura con la publicación de La región más transparente, pero será con La muerte de Artemio Cruz que se dará a conocer en la literatura universal; con Aura una novela instrumental donde se combina la historia y la ficción, con el fin de dinamizar la literatura del momento en nuestra lengua, que aun permanecía atada a los viejos cánones de los localismos realistas.
El recorrido por la historia del PRI (Partido de la Revolución Institucional), dictadura perfecta a decir de Mario Vargas Llosa, durante sesenta años ejerció una singular tiranía como producto de una épica que arranca en la aurora del siglo XX en 1910, pasa por un romanticismo enjugado por unas masas, blandiendo el rifle y la canana, para seguir ciegamente los designios de don Doroteo Arango (Pancho Villa) en el norte, y a Emiliano Zapata en el sur; explotando para ello el sentimiento antilatifundista en un México que todavía no termina de asimilar el fin del reinado de Porfirio Díaz. Esa historia moldeada en arcanos positivistas nutre al tendido político que a manera del Imperio Azteca, va a monopolizar hegemónicamente la vida de México durante gran parte del siglo XX. La Muerte de Artemio Cruz es la relación apretada de la larga tiranía por parte de los caciques que se imponen de forma dinástica los poseedores del PRI y su talismán la bendita revolución. Todo se resume en la muerte de un conspicuo representante de la revolución: “Artemio Cruz”; el relato gana vida en el instante de su muerte, agonía que requiere de 12 meses a fin de mostrarnos un friso de Ciudad de México, la fauna en el poder y todo el hedor que destila esta barroca sociedad.
Fuentes, es un intelectual riguroso, académico, hombre de gabinete como su maestro Alfonzo Reyes, nacido en Panamá por accidente, ya que su padre diplomático de carrera, representaba en el Istmo los intereses de México. Por lo que estudió en grandes capitales como Madrid, Paris, Buenos Aires y Río de Janeiro; sigue los pasos del padre abrigando la carrera del servicio exterior, como otro grande de la literatura Octavio Paz, relación que termina con la matanza de Tlatelolco durante las Olimpiadas de México del 68 en el gobierno de Díaz Ordaz, acontecimiento que son rechazados y cuestionados por el autor de “Las buenas conciencias”.
Su fino olfato de ensayista y analista de los modelos políticos, el curso de las artes y la evolución de una cultura que ya se codea con lo mejor de la tradición occidental, las reúne en sendas reflexiones como su texto ya clásico “La Nueva Narrativa Contemporánea Latinoamericana”, donde hace un repaso al Boom y sus antecedentes, dándole un justo valor a Gallegos, Asturias, Guiraldes y a Carpentier, y en lugar destacado al argentino Julio Cortázar a quien compara con Simón Bolívar, por su esfuerzo en liberarnos del provincianismo de nuestras letras.
Para los críticos tradicionales del continente, Fuentes es el menos torremarfilista de nuestros emblemáticos escritores, es un anglosajón que escribe en base a estudios factibles, con investigaciones más propias de los saberes que integran las ciencias sociales, como la historia que la redescubre esta generación, en eso va a coincidir con un Leopoldo Zea, pero que en el pensar mexicano va a tener verdaderos talentos: Carlos Monsiváis y Enrique Krause.
Es notoria su Terra Nostra, galeote con el que ganó el Premio Rómulo Gallegos, especie de Grandeza Mexicana, de Bernal Díaz del Castillo, recuento del México prehispánico, su elaboración simbólica, con lo europeo como sistema de representación dominant-expoliador. Sus reflexiones sobre la escritura del continente, lo vuelven a ocupar, como sus teorías sobre el viejo Boom y sus deudas; pero por el cansancio y el acartonamiento sus últimas líneas adolecen de olvido e ignorancia, ya que no trata de la generación de postboom, por ejemplo se le critica su no inclusión en sus ensayos a Roberto Bolaños con sus Detectives Salvajes.