Escuchamos el discurso de Chávez en el acto de la proclamación de su cuarta candidatura. Siendo el mismo de siempre se muestra diferente, estático, detenido en el tiempo. Evidentemente, su apariencia contrasta con el espigado joven golpista de 1992, con el infatigable candidato de otros tiempos y con las retocadas fotos de su propaganda reciente.
El escenario y su entorno también han cambiado. Está deteriorado. Destaca un José Vicente Rangel anciano y el monótono color rojo contrastante con un país variopinto.
El discurso es el mismo de quien ha imaginado ser paradigma de la ética y juez inmaculado de la moral. Es el mismo, lleno de mentiras y engaños, de quien ha creído ser dueño de la verdad absoluta. Es el mismo de quien ha pretendido acaparar el amor patrio. Es el mismo de quien piensa continuar viviendo de milagro en milagro.
Es el largo e interminable discurso de siempre adornado de canciones e histriónicos comentarios. Es el mismo discurso que nos ha dividido. Es el mismo discurso ofensivo, insultante, descalificador de sus adversarios. Es el mismo discurso que excluye y considera enemigos a quienes no compartimos su pensamiento. Es el mismo discurso lleno de manoseados conceptos de socialismo confundidos con los de patria, de religión e historia manipuladas, que hacen de Jesucristo un político y de Bolívar un antecesor de sus políticas. Es el mismo discurso de crítica al pasado que cada vez más lo representa él. Es el mismo discurso irresponsable que endilga a otros las causas de todos nuestros males. Es el mismo discurso que después de adular al subalterno, al ejército lo transforma en el pueblo armado. Es el mismo discurso lleno de generalidades revolucionarias que ya no plantea cambio alguno.
Es el mismo discurso de siempre que más que viejo, está marchito. En realidad, siempre ha sido anticuado, aunque antes pudo parecer nuevo. Es un discurso reiterativo, sin novedad alguna que hoy está gastado, convence menos y solo le queda atemorizar más.