Dos órbitas

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Lectura

Ahora que los días macerados en el dolor se refugian en las esquirlas de la pena, vuelve el planeta a cumplir su segunda órbita desde tu inexorable despedida. Cuando las sombras se sumen en tenuidades de luz, por evocación, vienes a mí; cuando el aire se hace brisa, en un rumor de voces que se algodonan para destacar la tuya, te siento. Entonces, en tu nombre, imagino tenerte. Mi alma, esa propiedad individual que pregonaba Sócrates y que no existen motivos para negarla, se hace jardín renaciente y poblado de flores colorean los sentimientos. Ensimismado, un temblor de manos te desea y te presienten. Todo se conjuga para que todo se haga nada y para que el ambiente donde te identificas  sea pureza. Tibio el aire me envuelve en ese calor tuyo que los dos compartíamos. La empatía fue siempre un producto de nuestras presencias. Sentíamos una para el otro. Como fondo coral, otras veces, se destaca la tuya solista y cantas con tu trino de flauta jubilosa en ese escenario que para ti concibo. Escenario en el cual soy tú público y tú único y fiel oyente. Las cosas más hermosas, en recitada oración, pronuncian tu nombre en la palabra “NEGRA” y en tU YOLANDA distintivo. Y eres en ellas mi todo, mi yo.

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Espero tu imposible llegada  porque sólo en lo fantástico se producen las resurrecciones, como si algún monumental cortejo, en un momento extraordinario, lo presidiera. Risas y cantos de la vida golpean inmisericordes mi agobiada tristeza. Y me hago voz para ahogarlas en ese naufragio en el cual todos participamos. La del alma es una música sublime. Ya dos veces, ahora, el planeta me trae, en su circular traslado, a ese día en el cual la vida se truncó para ti, y, en el cual mi vida de orfandad se iniciaba. Tantos días desde entonces, implacables aumentan la distancia temporal que aleja nuestros espíritus. Pero que acercan nuestras almas, acercando con ello mi cuerpo al tuyo destrozado. Dos vueltas que alejan de mí tu última presencia. Dos órbitas en las cuales, aferrado a tu recuerdo es un continuo padecer. Dos vueltas que desgarradoramente pretenden sustraerme con su empeñoso olvido a la eternidad de nuestros afectos. Pero ahora me he trazado un indoblegable propósito: la pena no importa cuán dolorosa sea; me he sellado a  la ingratitud funesta del olvido. El misterio se sustenta en la frescura conque todas nuestras más caras imágenes, en el sustantivo caldo de lo perenne, se conservan.

Te evoco en mi obstinado propósito de no perderte. Vuelto armas, las mías, tienen el poder de la multiplicidad. El engañoso carnaval no me perderá con su furtivo entretenimiento. Sin máscaras, es necesaria la desnudes del espíritu. La fuerza habrá de llenar de sentidos las volubles palabras. “La vida –dijo el poeta- es un frenesí, una ilusión, una sombra, una lección; el mayor bien es pequeño, que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Por todo esto, amor, esa transición superada por ti y que yo transito hasta su cumplimiento, vive en la esperanza de ser una existencia para tu evocación; de vivir para soñarte en el sueño de la vida. En mi no se impondrá el olvido porque si así ocurriera sería el fin de la ficción; el fin de este transito perentorio; de este aferrarme a quererte aunque se sustente en tu pura y única evocación. Un día alguien me habló de ti, y  me sentí embargado de una inenarrable  alegría. Era como si anduvieras por tu casa, como si por  el habla viviera  un toque de pasado. Tu “oco chindo”.

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