Soy por el otro

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Lecturas de papel

Al mirarnos uno al otro, dos mundos distintos se reflejan en nuestras pupilas. Bajtín. Yo también soy.

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Alguna vez leí que en ciertos pueblos del África cuando uno de sus miembros era sentenciado por una falta grave, le condenaban a la soledad y le hacían desaparecer progresivamente de entre la comunidad, utilizando un método eficaz, como era condenarlo al total aislamiento: nadie le dirigía la mirada ni la palabra. Así, el condenado se iba aislando gradualmente hasta que terminaba, o yéndose a otro lugar o volviéndose loco o suicidándose. Nadie le reconocía como igual. Pero todavía más, nadie le otorgaba sentido de existencia.

Esta era una manera bien elegante de desterrar, de sentenciar y condenar a quienes realizaban actos impropios contra los miembros de la comunidad.

Por su parte los romanos eran un poco más benévolos. A los traidores y corruptos les permitían participar en la vida social, sin embargo cuando se encontraban con éstos, les alargaban la mano para saludarles pero a la vez le volteaban la mirada, en señal de desprecio.
Esto que indicamos viene a colación en razón de una lectura sobre Mijaíl Bajtín (1895–1975), filósofo ruso del lenguaje, quien poco ha sido leído por las nuevas generaciones y menos aún en nuestra sociedad. Bajtín adelantó las reflexiones argumentativas que introducen en los estudios modernos sobre las ciencias del lenguaje, el sentido ético-estético sobre el cual somos capaces de existir, en la medida que somos reconocidos por el Otro, a través del lenguaje. Pero este reconocimiento de quien somos y lo que somos, viene dado a partir de la posibilidad cierta de que el Otro nos da existencia en la misma medida que es capaz de aceptarse como tal.

Bajtín afirma que “todo lo que se refiere a mi persona, comenzando por mi nombre, llega a mí por boca de otros (la madre), dentro de su tono emocional y volitivo. Al principio tomo consciencia de mí mismo a través de los otros: de ellos obtengo palabras, formas, tonalidad para la formación de una noción primordial acerca de mí mismo”.

Lo que somos como existencia se debe a la potencialidad del otro para reconocernos como seres humanos. No hay entonces posibilidad alguna de existir fuera del ámbito del otro. Nuestros actos, nuestras relaciones están marcadas por las huellas que el otro traza delante de nosotros. En esa paradoja del reconocimiento entra en juego la diferencia de vernos, no tanto iguales como distintos. Por lo tanto, existe desde el mismo momento del reconocimiento, un acercamiento desde el lenguaje que nos marca como esencialmente diferentes y por tanto naturalezas contrarias que se complementan en sus matices.

La mayor dimensión de nosotros la tiene precisamente el otro porque existe, tanto fuera de nosotros como al mismo tiempo dentro de nuestro ser. Así, una de las ideas de mayor relevancia en el pensamiento bajtiniano se refiere a la visión del acto del reconocimiento del otro a través del lenguaje como acontecimiento moral de una estética que nos define a partir del otro.

En estas ideas sobre el reconocimiento de nosotros por el otro, Bajtín propone una ética comunicativa a partir del aporte de una consciencia que se hace tal por el encuentro dialógico que asume consciencia de sí, merced a la aceptación de otras que existen y se reconocen en la búsqueda de verdades. Pues la verdad no existe ni se aloja en una sola consciencia.

El aporte de este filósofo al lenguaje da sentido y permite la absoluta existencia y plenitud a las minorías étnicas, como las indígenas, tan relegadas por las comunidades de países que hasta hace pocos años se decían superiores.

Otro de los aportes del pensamiento bajtiniano se debe al sentido amoroso del acto comunicativo, a partir del reconocimiento de nosotros mismos a través de la palabra, como acto esencialmente amoroso y de plenitud trascendente. Por ello Bajtín encuentra en la palabra, además de una construcción para comunicarnos, la función básica de nutrición espiritual que da sentido a todo aquello que abordamos como hecho de creación estética. Existe entonces en nuestras palabras una potencialidad de relación ético-estética que permite afirmar que todo acercamiento con el otro es un momento único e irrepetible: sucede una sola vez.

Por eso todo acercamiento debe asumirse desde el ángulo de la más delicada atención donde la amorosidad de nuestras palabras, posibiliten el desencadenamiento de un proceso dialógico que nos permita continuamente reconocer al otro mientras él nos reconoce y da sentido a nuestra existencia, multiplicando al infinito nuestra esencia éticamente comunicativa.

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