A petición reedito este texto.
En homenaje y apoyo a todos
los que trabajan en Globovisión.
Y a los televidentes que vemos
Y amamos la libertad.
¿Has conocido alguna madre que no sea dictadora? Si la respuesta es ¡Sí!, entonces no conoces a la madre sino a la abuela. Toda madre es una dictadora. “¡¿Ya se bañaron?!” “¡No peleen!” “¡¿Ya comieron!?” “¡No corran!” “¡No toquen eso!” “¡Bájense de ahí!!” “¡Cállense!” “¡No me hagas así!” “¡Juuu!” En una oportunidad un niño dijo: “De verdad no entiendo a mis padres. Antes me decían que caminara y hablara. Ahora me dicen “Siéntate y cállate”.
Toda madre es una dictadora con amor —¡por supuesto!—, pero dictadora. Dictar no es malo, según sea el propósito. Una acción buena con malas intenciones, aunque beneficie al cuerpo, daña el corazón: le quita el brillo. Prefiero que me regales una colchoneta con amor, es decir, pensando en mí; a que me des toda una casa acariciando tus intereses, y utilizándome. Aquí no hay agradecimiento, hay sumisión. Y la humillación oscurece el alma. El agradecimiento es propio de la libertad.
Toda madre es una dictadora con los hijos, con los animales que son más sumisos y con todos los demás que se dejen manipular. Como todo dictador. Por eso no es raro que los hijos alguna vez piensen en esta frase: “Madre sólo hay una… ¿quién aguanta dos?”. O en esta otra: “Madre sólo hay una… ¡y me tocó a mí!”. Pero lo dicen con humor, igual al cariño. Porque sin humor no hay amor.
Durante mucho tiempo, mi mamá tuvo muchas jaulas con muchos pájaros enjaulados. Es lindo tener a los demás encerrados, cuando uno no valora la libertad para sí mismo. Porque todo esclavista es un esclavo. Todo el que pega recibe los mismos golpes que da; y en el mismo sitio. Si tú me pegas en mi cara con tu puño, yo te pego en tu puño con mi cara. Tus puños hacen daño, y mi cara pega duro. Todo esclavista es un esclavo.
Desde mi niñez hasta ya entrada mi adultez me gustaban los pájaros enjaulados. Es decir, cuando el enjaulado era yo. Ver los pájaros detrás de unos alambres me producía una satisfacción morbosa. Pero cuando fui sintiendo la satisfacción que da la libertad, lo mismo quise para los pájaros. Pero, ¿quién se enfrentaba a mi mamá?
Un día, tímidamente le dije:
—¿Por qué no sueltas esos pájaros?
—¡¿Por qué?!… ¡¿Es que te estorban?! —me contestó socarronamente. Y, mejor, dejé las cosas así. Luego oí, que decía desde la cocina: “¡Esos pájaros no me los toca nadie!… ¡Ju!”.
El esclavo le pertenece a un dueño. Los libres se pertenecen a sí mismos y a Dios. Por eso María, llena de amor y libertad, dijo al Ángel Gabriel: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38). Y el Ángel se retiró dejándola con su libertad.
Es decir, es como si María dijera: “He aquí a una mujer libre, sólo pertenezco a Dios. Por eso hago lo que yo realmente quiero. Aceptó ser Madre del Salvador”.
¿Quién encierra a quién?
Pero, mi mamá estaba engañada —como todo dictador—. Mi mamá creía que ella tenía a los pájaros enjaulados. Era el revés, ¡los pájaros la tenían encerrada a ella! Como decía Cabral: “Pobrecito mi patrón que cree que el pobre soy yo”. Mi mamá no podía salir a ninguna parte, porque tenía “que echarle comía a los pájaros”. Cada vez que la invitábamos para la playa, o para algún otro sitio, decía: “¡Ay, no! Vayan ustedes. Yo tengo que cuidar a los pájaros”. Sí, sí. Así era.
Si los pájaros se hubieran dado cuenta de la fuerza y el poder que tenían; si los pájaros hubieran pensado que ellos eran los que tenían encerrada a mi mamá, en lugar de ella a ellos, hubiesen negociado su libertad.
Le hubiesen dicho: “Vete con tus hijos a la playa. Ábrenos las puertas de las jaulas. No te preocupes por nuestra comida. Nosotros sabemos en dónde hay. Es más, la comida que nosotros conseguimos es mejor que la que tú nos das. Vete con tus hijos, se libre tú también. Nos dejas la puerta abierta y cuando tú regreses, volveremos a las jaulas”… ¡Yo te aviso!
Mi mamá estaba en otro engaño: creía que los pájaros la amaban. Realmente mi mamá estaba engañada —como todo dictador—. La creencia del amor de los pájaros se afianzaba porque, cada vez que ella se acercaba a las jaulas, éstos revoloteaban de contentos. Lo cierto es que los pájaros no amaban a mi mamá. ¿Qué esclavo puede amar a su tirano? Los pájaros a quien amaban era a la comida que mi mamá les llevaba, no a ella.
Creer que los que yo maltrato me aman, es un engaño. Todo tirano es un engañado. Nadie lo engaña, él se engaña solo. Como todo dictador.
Cuando mi mamá regresó de la playa tuvo que conformarse con una jaula vacía. Pero, así comenzó el ascenso a su propia libertad. Hoy mi mamá es libre porque los pájaros son libres. Sin apegos y sin enjaular a nadie. A mi mamá le costó darse cuenta que los pájaros nunca la amaron, sólo comían de ella. Pero a un pájaro no le llena un pedazo de pan, sino las semillas que están en el campo abierto con sabor a libertad.
Los pájaros nunca más volvieron a la jaula. Porque nunca amaron a mi mamá. Es más ninguno votó por ella.
La libertad es más sabrosa que un pedazo de pan.
¡Lucha!