El enfrentamiento armado en el que murieron 12 militares en la zona colombiana de La Guajira ha sido la ocasión para que se expresen diversas opiniones por parte de la clase política venezolana sobre las relaciones entre Colombia y Venezuela. Al referirse a estos acontecimientos, el diputado de Un Nuevo Tiempo Omar Barboza se muestra alarmado porque las relaciones entre ambos países hayan mejorado luego de la salida de Álvaro Uribe de la presidencia. Le confunde que pueda haber buenas relaciones entre las dos naciones, si los presidentes tienen ideologías diferentes.
Esta es una manera muy limitada de entender las relaciones internacionales. Por lo demás, este análisis ignora que ha habido una evolución, a ambos lados de la frontera en el enfoque de las relaciones bilaterales y sobre el mismo asunto de la guerrilla. Por supuesto, Juan Manuel Santos está enfrentado a la insurgencia, como lo han estado todos los gobernantes de ese país, y se resiste también, como sus antecesores, a dar respuestas de fondo a la problemática social que dio origen al conflicto. Sin embargo, en política son importantes los matices. Basta leer los recientes tuits de Uribe para comprender cuál era su ánimo íntimo cuando gobernó y cuánto influyeron sus vínculos con el paramilitarismo en las formas extremas en que actuó, cerrando toda rendija a la exploración de opciones de paz.
Del lado de Venezuela también ha habido cambios. La coyuntura de hoy no es la de 2002, cuando factores decisivos de la Fuerza Armada le quitaron el sostén al presidente venezolano y lo colocaron durante dos años en una precaria situación militar. Estos acontecimientos ocurrieron con la venia del gobierno colombiano, que mantuvo durante mucho tiempo una presión militar subterránea, que servía de apoyo objetivo a cualquier aventura al interior del país. Parte importante de las decisiones de Venezuela en cuanto a las Farc tienen que ver con esas circunstancias.
Tampoco las expectativas de Hugo Chávez en relación a la guerrilla son las mismas. La condena pública de los secuestros y toma de rehenes con el propósito de obtener finanzas para la guerrilla representa una nueva actitud, que no puede ignorarse. También se ha señalado, con mayor claridad, que no se acepta la presencia de insurgentes en nuestro territorio. La entrega de jefes guerrilleros ejemplifica esa orientación.
Ahora bien, lo peligroso de las declaraciones de Barboza no reside tanto en el desconocimiento de estos nuevos datos de la realidad como en el planteamiento que hace de darle un viraje de 180 grados a la doctrina militar venezolana de los últimos cincuenta años en relación a Colombia y su conflicto, basada en la contención de la penetración de efectivos guerrilleros en nuestro territorio y no en una declaratoria de guerra a las Farc.
Los países limítrofes de zonas en conflicto armado deben actuar con cautela. Sobran los ejemplos del precio de involucrarse como factor beligerante. El liderazgo opositor debería tener en cuenta, al menos, lo que sobre este asunto pensaban Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez. Y alegrarse, en lugar de enojarse, por las buenas relaciones de Chávez y Santos.
Las relaciones con Colombia
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