¡Cosa ma grande e la muerte, chico!, ha podido expresar la muchedumbre, parodiando y modificando la frase característica de José Candelario Tres Patines en el celebrado programa cubano La tremenda corte, cuando decía lo mismo pero en referencia a la vida. Y tenía toda razón la multitud que desde todos los confines patrios y mundiales acudió al funeral de Estado, para darle el último adiós a ese ser tan especial que marcó una era.
Dignatarios de todos los países del ALBA y del crepúsculo, jeques, sultanes, califas, reyes, príncipes, princesas, presidentes, caudillos, caciques, monarcas, duques, emperadores, césares, zares, majestades, señorías, senadores, diputados, jueces, secretarios generales de organismos multilaterales, periodistas, redactores, espías, fiscales, vinieron acongojados unos – felices otros – a presentar sus más sentidas condolencias a los deudos estupefactos.
No se dieron abasto las limosinas y los carros de alquiler, todo medio de transporte masivo fue confiscado para poder atender la demanda de asistentes al más grande funeral que haya presenciado la historia fúnebre nacional. Las empanadas, la chicha, el ron, el mojito, el dulce de lechosa, las arepas dulces y saladas, las cachapas en todas sus formas, el queso telita y el chorizo carupanero, no fueron suficientes para alimentar el gentío que se apersonó en la capital. PDVAL tuvo que importar empanadas argentinas y aguardiente del Brasil para atender tanta hambre multiplicada, tanta sed no atendida, el célebre Guarapiche se secó ante tanta demanda de agua potable.
El mismísimo Papa secundado por los Nuncios de toda América Latina ofició el funeral; en su homilía se refirió a las virtudes cristianas que acompañaron en vida al de cujus. Una cureña tirada por hermosos y briosos caballos blancos paseó el cuerpo sin vida por toda la ciudad, pañuelos y trapitos de todo color y factura, – ante la ausencia de kleenex y papel higiénico – recogieron lágrimas de dolor y mocos de incredulidad.
Los malandros acordaron una tregua que fue cumplida a cabalidad, no hubo, por primera vez en más de una década, ni heridos, ni asesinatos, ni secuestros Express, ni robos ni atracos, hasta tal punto que la ciudadanía pidió – sin éxito – que las exequias se extendieran por un año renovable para gozar de esa desconocida seguridad.
Los motorizados gubernamentales acompañaron al cortejo fúnebre hasta la pasajera morada que contendrá – por ahora – los restos mortales. Ya se abrió un concurso internacional de arquitectura para el mausoleo correspondiente, se convocó a todos los Premios Nobel de Literatura para que participen en la redacción del epitafio que no deberá ser menor de 100.000 caracteres con espacio.
Así comentan que ha podido ser el Funeral de la Mamá Grande, en caso de que hubiese sido roja – rojita. Lo único cierto del funeral es lo recogido con toda fidelidad por García Márquez:
“Nadie advirtió que los sobrinos, ahijados, sirvientes y protegidos de la Mamá Grande cerraron las puertas tan pronto como sacaron el cadáver, y desmontaron las puertas, desenclavaron las tablas y desenterraron los cimientos para repartirse la casa. Lo único que para nadie pasó inadvertido en el fragor de aquel entierro, fue el estruendoso suspiro de descanso que exhalaron las muchedumbres cuando se cumplieron los catorce días de plegarias, exaltaciones y ditirambos, y la tumba fue sellada con una plataforma de plomo. Algunos de los allí presentes dispusieron de la suficiente clarividencia para comprender que estaban asistiendo al nacimiento de una nueva época.”