LAS ROCKOLAS Y EL POETA

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LECTURA

Con fecha 3 de junio de 1975, el doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa escribió para el diario El Nacional un artículo que tituló: “La educación y los libros”. En él exponía la encuesta que el “Papel literario” de ese prestigioso vocero había hecho en torno a la idea de que el poeta Andrés Eloy Blanco es el poeta del pueblo. “Escritores, políticos y lectores –transcribo – estaban de acuerdo en que el poeta Andrés Eloy había calado en la conciencia popular”. Miguel Otero Silva había afirmado que “cuando el pueblo celebra sus fiestas o llora a sus muertos recurre a los versos de Andrés Eloy para expresar sus sentimientos”. Miguel, sin rodeos, fue sinceramente un fiel amigo del poeta. El resultado sesgó los afirmativos deseos desviándose por el desastre de la educación.
Acá, en la ciudad crepuscular de Barquisimeto, dos décadas antes del referido artículo, operaba un fenómeno diametralmente opuesto a los resultados de la encuesta del Papel literario. Los sentimientos de la gente, en el diario vivir, sobre todo los fines de semana, se identificaban plenamente con los sentimientos del poeta expresados en la popularidad de las letras de sus poemas. Transcurría la quinta década del siglo XX. Entonces Barquisimeto era una ciudad chata, como la hubiese calificado Jorge Luis Borges, y pequeña. Ninguna edificación perturbaba con su elevación la clara y fresca atmósfera de la ciudad. Y más allá de los “banquitos” por el este, una que otra construcción y a distancia la urbanización Santa Elena. Por el oeste, la gente decía: “Barquisimeto llega hasta Bellavista”. Fuera de esta referencia, las casitas de Carlos Luis Barrera para los pobres, modestas y tímidas se levantaban por allá en Barrionuevo. Pero en esta extensión de ciudad, tanto en el centro como en los barrios del oeste y del naciente Barrio Unión; la novedad de entonces en todos los establecimientos de licores: bares y botiquines tenían su servicio de rockolas. Era el gran atractivo para los bebedores enamorados, despechados o enguayabados, porque mientras consumían sus bebidas, cada cual, hacía sus selectivas escogencias en los discos de 45 revoluciones por minuto que ofrecían  música sentimental de  Virginia López, Carmen Delia Dipiní, Bienvenido Granda (el bigote que canta), Daniel Santos (el inquieto anacobero), Bobby Capó, Toña la negra… Y los poemas de Andrés Eloy, el poeta del pueblo.  Andrés Eloy, pues, como buen gallo sentimental, competía ventajosamente con la música y los cantantes del momento. “La renuncia”: “He renunciado a ti, no era posible, fueron vapores de la fantasía…”  Carta libre de un guayabo. O el lastimado bebedor que tambaleante ante la Rockola. Lloraba la perversidad del pintor  de “Angelitos Negros” que nunca se había  ocupado de “pintar un ángel negro”. Otro “puyaba” en la rockola, “La vaca Blanca”: “De un amor que pasó como un paisaje/ visto del tren cuando se va de viaje./ De un amor que nació en un cobijo/ del llano una mujer me dejó un hijo…” O algún político trasnochado que oía, hasta la saciedad, “Los cuatro que aquí estamos/ nacimos en la pura tierra de Venezuela/ La del signo del éxodo/ La que algo tiene y no se sabe dónde/Si en la leche, la sangre o la placenta…”  Andrés Eloy, en las rockola, no solo compitió exitosamente; si no que demostró en la aceptación de la gente como el de ser: el poeta del pueblo. El de la conciencia popular. El de los sentimientos solidarios de la gente.
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