La conjunción que se dará el 7-0

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Campana en el Desierto

¿Quieren que les diga una cosa, en confianza?

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No tengo la menor duda de que la democracia ganará el siete de octubre. No se trata, les advierto, de un mero juego de palabras. No es alguno de esa suerte de vaticinios que se pueden ajustar a cualquiera que acabe siendo el resultado. Les digo, entonces, para que no quede rastro de duda: estoy convencido de que Henrique Capriles Radonski será electo presidente de la República.
Es más, el 7-0 van a ocurrir dos cosas, que tienen valor juntas, pero que también poseen un significado inmenso si se las analiza cada una por separado. La primera es que, como queda dicho, el abanderado de la oposición obtendrá más votos que aquel que va por una cuarta reelección. Las principales ciudades del país serán determinantes. Un corredor electoral que traza su línea desde el Zulia hasta el centro, se expresará con una claridad contundente, capaz de dejar boquiabierto, y desnudo, al poder. Así será.
Lo segundo que va a ocurrir es que el Gobierno, y su candidato, perderán sin remedio. Hagan lo que hagan, perderán. Fundamentalmente eso será así por una razón tan sencilla como consistente: no merecen el favor del pueblo. Se han hundido en la más sucia e inmoral de las descalificaciones. Nada justifica que sigan en el poder. Son el pasado. Y, lo peor, un pasado nefasto, trágico, desdichado. Nada puede esperar el porvenir de ellos, más que miseria y atraso. Sólo un país bobo, o desquiciado, o masoquista, volvería a confiar en quienes han actuado con tanta negligencia. Con semejante suma de indecencia. Con tanta depravación. Con tanta perversidad.
Alguien podrá alegar que una cosa lleva a la otra. El 7-0 podría, simplemente, ganar Capriles y como consecuencia de ello perdería el Gobierno, o viceversa. Eso es cierto, numéricamente, pero no recoge toda la verdad, desde el punto de vista de la valoración política, y moral. Hay elecciones en que los dos candidatos son percibidos como buenos. Eso acaba de ocurrir, por ejemplo, en Colombia, con Juan Manuel Santos y Antanas Mokus. Pese a la herencia política del presidente Álvaro Uribe, favorable en muchos aspectos sensibles para la opinión pública colombiana, y a pesar de que Uribe abandonaba la Casa de Nariño con cerca del 70 por ciento de popularidad, Santos necesitó una segunda vuelta para desbaratar el «efecto Mokus». La nación estaba persuadida de que ambos daban garantías en materia de seguridad nacional y de prudencia macroeconómica. Lo que inclinó la balanza fue un cambio de estrategia de última hora por parte del comando de campaña de Santos, para explotar las evidentes debilidades e incoherencias del ex alcalde de Bogotá, quien, por cierto, tuvo el coraje, y la honestidad, de confesar públicamente, en la recta final de la campaña, que sufría del mal de Parkinson. Para que sus electores supieran a qué atenerse. Le tiemblan las manos pero tiene las ideas firmes, a otros les tiembla la conciencia, decía su desesperada propaganda.
Pues bien, aquí se dará una conjunción de ambos factores. Ganará el mejor candidato. El que se ajusta a las promesas de un tiempo nuevo. El que tiene afincados los pies sobre la tierra. El que puede exhibir una obra, unos frutos. El que está dispuesto a someterse a los dictados de la nación. Uno que habla lo preciso, lo prudente, lo necesario. Uno a quien es posible tocar, y contradecir. Uno que entiende de modales y comprende cabalmente lo que significa la palabra respeto. Uno que se sabe mortal, falible, y pasajero. Uno que habla de paz, de progreso, de reconciliación. Uno a quien de seguro se podrá quitar del medio, sin traumas, si fracasa, o deshonra su palabra.
Y perderá en forma abrumadora la achacosa y oscura figura de quien ve en el poder una inagotable fuente de privilegios, y de impunidad. Perderá quien se burló con infinita grosería de la esperanza de los pobres y despilfarró una colosal montaña de recursos, pese a haber tenido de su lado la suma de todos los poderes, puestos sus jerarcas a besarle en privado y en público los pies. No tiene excusa, ni coartada. Pudo hacer todo cuanto se hubiese propuesto y más, en medio de una irrepetible bonanza petrolera, redactadas la Constitución y las leyes como a él se le antojara, borroneándolas incluso, conforme volviera a cambiar de opinión, en el camino. Y sin embargo el déspota todo lo invirtió en su ego, todo lo malbarató en los macabros y narcisos ritos de sus blasfemias, en los bastardos raptos de sus resentimientos. En el altar de sus odios incurables. En la impresentable camarilla que lo rodea y se aprovecha de los restos de favores, botines y ventajas postreras, pero que de seguro lo abandonará, si no lo ha abandonado ya, a esta hora, al apenas producirse la primera verificación de su definitivas flaquezas.
El único aliado de la revolución, a estas alturas de su agotamiento, es el miedo. Pero en su afán por mantener desplegadas las redes y tenazas del miedo sobre el país, los prósperos y cómodos héroes de la revolución, tan habituados ya a los caprichos y placeres de la buena vida, de la vida burguesa, de la vida propia de los oligarcas, en fin, esta mundana casta de nuevos ricos beneficiarios de una estafa monumental, dejan al descubierto su propio miedo. Su propio terror. Un terror que tiene que ver más con las abultadas cuentas bancarias en el exterior y con las propiedades, por ahora, en nombre de testaferros, que con ideología alguna. Está claro que sólo un Gobierno que presiente una derrota ya marcada en su frente, ya decretada en la frustración de una inmensa mayoría de venezolanos, actúa con las muestras de debilidad que estamos viendo en quienes parecieran más desesperados por quitarse las máscaras y salir a rumbear, por fin, sus súbitas fortunas, que por mantener sus rodillas en tierra.
¿Qué otra cosa puede demostrar esa torpe y desmañada decisión de embargar a Globovisión por el triple de la multa que acordara Conatel, a escasas horas del arranque de la campaña electoral? ¿Usted cree que un Gobierno en la cresta del favor popular se sentiría forzado a hacer eso? ¿Usted cree que un Presidente sobrado, capaz de meterles a sus adversarios 10 millones de votos por el buche, como amenaza, impediría que 20.000 exiliados puedan votar en Miami?
Antenoche, el acto de entrega de los premios regionales de periodismo se retrasó dos horas, porque frente a la gobernación del estado se instaló un grupo como de veinte muchachos con franelas rojas y poderosos parlantes, quienes en hora-pico estacionaron una camioneta, justo en la transitada intersección de la carrera 19 con la calle 23. Conté quince vehículos oficiales, la mayoría de Pdvsa y de Ruta Comunal. Exhibían fotos del candidato del Gobierno y caricaturas que ofendían a Capriles Radonski. Cero argumentos. Bailaban, gritaban vivas a Fidel Castro, escupían improperios, maldecían a los majunches, y, como poseídos, rociaban cerveza, sin que autoridad alguna se ocupara de restablecer el orden y el tránsito de los vehículos, que registró un endemoniado colapso en todo el centro. De repente, se fueron, sin que nadie se adhiriera a su irritante festín. Y curiosamente cuando ya estábamos dentro del auditorio bautizado con el nombre de Julio Pérez Rojas, recibimos insistentes llamadas telefónicas desde Carora. Hablaban de la persecución policial desatada en la nocturnidad contra dirigentes de los partidos de oposición, acusados de instigar la protesta de todo un pueblo que se lanzó a las calles, cansado de padecer de sed durante semanas enteras, ante la tardanza, la improvisación y las graves fallas en los trabajos que se ejecutan en las represas de Atarigua y El Ermitaño.
Estos signos no pueden ser otra cosa que los estertores de un régimen fallido, que optó por un final deprimente, melancólico, gris. Un final hecho a la exacta medida de la obra que, como degenerada herencia, deja a su paso la revolución: un reguero plagado de sueños frustrados, de hastíos, de sangre vertida, y del dolor irreparable de tantos.
No es tiempo de dudar, y menos aún de flaquear. Hay razones de sobra para que Capriles gane. Y hay, al propio tiempo, razones de sobra para que este Gobierno llegue a su fin por la vía del voto unánime. Es la conjunción que se dará el 7-0. Que nadie tema. El miedo que trata de infundir el malvado se le revertirá.

 

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